Nada perdí porque nada tenía.
Y lo que te di fue dado, no perdido.
Tú perdiste.
Me perdiste.
Yo no perdí.
Me encontré a mí misma en un pliegue de mi ceguera consentida.
Te consentí, sí cuando me sentía perdida.
Pero me gané a mí misma mientras desaperecían tus huellas de mí,
como vaho en los cristales al abrir la ventana.
En el momento en que decidí no volver a perderme en ti.
No dejarte esparcir por el éter los cachitos de mi vida que te concedí.
Te perdiste perdiéndome a mí. Sin encontrar el camino de vuelta.
Y perdido vagaste en una noche oscura sin fin. Solitaria y fría como tu corazón perdido.
Nunca te tuve y lo supe siempre.
Y tú, ¿me tuviste de veras o fui sólo un sueño recurrente?
Y mientras tú te perdías en las sombras, yo me reencontraba en la luz que me brotaba de dentro.
Nada perdí perdiéndote pues nada tenía cuando no te tenía a ti.
Tú, perdiéndome, perdiste una de las mejores partes de ti.
Y ahora dime:
De los dos, ¿quién fue el que más perdió?
28 ott.'18
28 ott.'18
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