En esta ocasión, la tarea del taller de escritura tenía que tratar sobre brujas e incluir al menos tres elementos mágicos que resultasen definitivos para superar los obstáculos. Yo, que siempre quise ser bruja (y quizás lo fui en alguna otra vida..), he escrito lo que sigue. Confieso que, en mi historia, hay ciertos guiños a mis hijas. Ellas sabrán cuáles. 😉 La historia es un poco larga pero espero que os resulte amena.
ENTREVISTA CON LA BRUJA
Hay quien
dice que “haberlas, haylas”, Seres legendarios capaces de convertirte en sapo,
de conjurarte una verruga o de hechizarte con sus artimañas. Devoradoras de
neonatos y hábiles zalameras. Pero, ¿existen realmente o son producto de
nuestra fantasía?
Por
Alfonso Ruiz
Recientemente tuve la ocasión de dialogar con una
auténtica bruja. La entrevista fue, a decir poco, interesante y muy proficua.
Siempre había querido entrevistar a algún personaje
fantástico por lo que publiqué en este mismo periódico, un anuncio en la
sección de contactos. He de reconocer que con bastante escepticismo. Mi
sorpresa fue mayúscula cuando recibí un mensaje de respuesta aceptando mantener
conmigo una conversación sobre el tema.
He aquí la entrevista con una bruja, Luna, nombre
inventado para no revelar su identidad, uno de los requisitos exigidos por mi
interlocutora, además de impedirme realizar fotos o de contemplarla cara a
cara.
Me convoca en un viejo edificio deshabitado. Nos separa
una especie de biombo que permite adivinar una figura juvenil, grácil, perfecta.
Un suave perfume indefinible pero agradable acaricia mi olfato. ¡El pathos
está servido!
- Luna, en primer lugar, le agradezco que me dé la
oportunidad de entrevistarla. ¿Puedo preguntarle qué la ha animado a ello?
- Hoy en día todo el mundo comenta y opina, en muchos casos,
sin la menor idea de lo que están hablando. Yo tengo mucho que decir desde mi
experiencia personal durante mi longeva existencia. ¿Por qué no aprovecharme de
su curiosidad para ello?
- Empecemos por el principio. ¿Cuándo nació? ¿Cuáles son
sus orígenes?
- Preguntar la edad a una dama, incluso siendo una bruja,
no es muy delicado- Me dice con una risita pícara- Pero sí le diré que
tengo muchos siglos de vida. Aunque, a veces, miro el mundo a mi alrededor y me
parece que hay aspectos que se han quedado atrapados en el tiempo, fosilizados…
- La entiendo perfectamente. Volviendo a su edad, a juzgar
por su silueta de veinteañera, no se diría que me encuentro delante de una
persona secular.
- Sr. Ruiz, ha de saber que la brujería, bien aplicada,
hace más milagros que todos los filtros de Instagram e TikTok
juntos y es mucho más duradera.
Como le decía, nací hace bastantes siglos en el seno de
una familia humilde, por utilizar un eufemismo. La pobreza y el hambre eran la
tónica general entre la gente del pueblo.
Mi padre era el mayor de ocho hermanos y, al quedarse
huérfanos, asumió el oficio de mi abuelo, que era zapatero remendón. Tenía 12
años en aquel entonces. Como comprenderá, dada la falta de recursos entre las
gentes, pocos eran los que podían permitirse tener calzado por lo que
redondeaba las cuatro perras que ganaba con trabajos de varia índole:
carpintería, herrería, albañilería… Él tenía el don de aprender de inmediato
cualquier oficio. De hecho, es la persona más inteligente que jamás he
conocido; y le aseguro que he tratado con infinidad de cerebritos. Yo sentía
una profunda admiración por su enorme capacidad de adaptación y de superación ante
los avatares de la vida.
Por su parte, mi madre era lo que ahora definen como
“producto de su época”. Una mujer enjuta, triste, abnegada. Temerosa de dios
(le ruego que lo escriba en minúscula) y de sus leyes crueles y devastadoras
para quienes vivían en la miseria. A pesar de todo, había aprendido de su
abuela el arte de las hierbas y especias para uso culinario y como remedio
eficaz contra algunas enfermedades. De ella aprendí a mixturar hierbajos
beneficiosos o suculentos. Se podría afirmar que poseía una sabiduría popular
desbordante que intentaba esconder para no llamar la atención de las
autoridades.
- Por sus palabras, deduzco que, en aquella época, ya había
un cierto recelo hacia la brujería.
- ¡Obvio! Ya sea por la ignorancia de unos como por el afán
de poder de otros, el resultado es que condenaban todo lo que escapaba de su
control; todo lo que no se conseguía explicar por desconocimiento o
sencillamente porque el universo es infinitamente más grande que nuestra
minúscula aptitud para comprenderlo. Y, seamos sinceros, el ser humano no
acepta fácilmente lo que se sale de la norma, de la costumbre, de las reglas
tácitamente establecidas. En resumen, lo diferente se percibe como una amenaza
que se ha de eliminar. En aquel entonces y a lo largo de toda la historia.
- ¿Tenía hermanos?
- Sí, tenía una hermana más mayor que no cuestionaba las
normas citadas; por lo que su única aspiración en la vida era contraer
matrimonio con algún hombre bueno y llenar la casa de críos llorones siguiendo
los preceptos de la religión.
- Intuyo que no era su caso…
- ¡Por supuesto que no! Yo no tenía el menor interés en
casarme. Así se lo manifesté a mi familia. Mi madre pensó mi vocación era la de
monja de clausura. La saqué de su error aduciendo que no tenía intenciones de
ser la sierva ni de dios ni de nadie y mucho menos de ser una fábrica de
mocosos muertos de hambre, porque lo que realmente deseaba hacer en la vida era
VOLAR. Yo quería ser azafata. Ella, al no entender muy bien mis palabras, me dio como respuesta tal paliza que durante
varios días no pude moverme del andrajoso camastro que compartía con mi hermana.
Afortunadamente, mi padre era una persona muy adelantada
a su tiempo. Después de unos días en los que me dolía hasta el pensamiento (o
tal vez lo que más), se acercó a mí con el secretismo que la situación requería
y me dijo: “Mira, hija, yo no soy más que un pobre hombre al que el destino ha
negado la oportunidad de cultivar su mente y, de consecuencia, su espíritu pues
ambos van estrechamente ligados. Me hubiera encantado vivir en otra época para
leer a Kant, a Freud, a Marx, a Juan José Millás…Sí, lo sé. No comprendes de
qué estoy hablando; pero tú, Luna querida, eres diferente de los demás y un día
lo entenderás. Tú naciste envuelta en un halo de luz cegadora que iluminó toda
la estancia y con una sonrisa encantadora en los labios tiernos. Nunca revelé
este detalle porque, ya sabes cómo es tu madre, temía que te sucediese algo
malo si se llegaba a saber. Tú no perteneces a este mundo oscuro y hostil que
entoña bajo falsas creencias la originalidad, la inteligencia y la diversidad.
Si tu deseo es volar, ¡vuela! No permitas que nadie te arranque las alas. Vuela
hacia adelante sin volver la mirada atrás”.
- ¡Es una historia interesante e increíble!
- La vida lo es, Sr. Ruiz. Como le decía, yo quería ser azafata;
pero en aquella época no existían los aviones lo cual suponía un contratiempo
no despreciable. El único modo de volar, decían que era la escoba y, para ello,
tenías que ser bruja y yo, francamente, no creía en ellas. Mi padre me había
hablado de un tal Leonardo que vivía en Italia, un gran inventor que andaba
dándole vueltas a lo de volar. Por tanto, me dirigí a Vinci para ponerme en
contacto con quien sería uno de los influencers de mi vida, usando un
término actual aunque ya quisieran los influencers de ahora tener su
carisma y su materia gris. ¡Todo fachada sin nada detrás los hoy en día!
No me resultó difícil convencer a Leo para que me
asumiera como aprendiz a pesar de ser mujer. Vio en mí un espécimen raro y él
se sentía fuertemente atraído por los desafíos, por lo extraordinario.
Leo era infinito. Me enseñó a leer y a escribir, a
entender el latín y el griego, a desentrañar los misterios de las fórmulas
matemáticas, a interpretar ecuaciones y a usar la inteligencia para afrontar
situaciones complicadas. Amaba repetir frecuentemente: “Todo lo que necesitamos
para resolver un problema, está en nuestra cabeza. Por eso, debemos llenarla de
conceptos y conocimiento. Hay que bucear dentro y mirar bien a nuestro
alrededor. Busca, Luna, asocia lo que tienes dentro y lo que contemplas fuera y
hallarás de seguro la solución relacionando ambos”.
Lo cierto es que Leo era carne de cañón por sus ideas
revolucionarias y su modo de vida; pero, como no tenía ni caderas ni tetas, la
persecución no tuvo grandes consecuencias.
- ¿Me está diciendo que conoció nada menos que a Leonardo
da Vinci?
- Por supuesto. No tiene nada de extraño. Recuerde que no
nací ayer, Sr. Ruiz. Como iba diciendo, Leonardo fue un mentor excepcional. El
mejor regalo me lo hizo el día de mi cumpleaños: “¿Quieres volar, chiquilla?
Siento que mis artefactos hayan sido una desilusión. Algún día alguien inventará
algo que pueda llevarte lejos, surcando las nubes para planear sobre ellas. Por
ahora, solo son prototipos sin funcionalidad” – adivinó la tristeza en mi
mirada y añadió: “No obstante, puedo asegurarte que no necesitas ningún aparato
volador para moverte por el cielo”.
Yo lo escuchaba absorta, la única manera en la que se podía
escuchar a Leo cuando divagaba. Él leyó en mi rostro un signo de interrogación:
“Luna, la mente es la máquina más potente del universo. Debes solo aprender a
mover los objetos con ella. Sí, sí, no me mires como si hubiese perdido el
juicio. No tiene nada que ver con hechizos o brujerías. Se llama ‘telequinesis’”.
Yo le respondí ingenua: “Leo, entonces, ¿no necesito una
escoba mágica como dicen?”. “Querida Luna, con el poder de la mente podrás
mover el mundo entero; pero, para viajar, quizás sea más práctica una escoba
ligera que un mueble bar… ¡Imagínate volando en una pesada cama o en un
carromato! ¡Y no te digo a la hora de aterrizar!”.
- Veo que el sr. Da Vinci también tenía sentido del
humor…
- La inteligencia y el sentido del humor suelen ir de la
mano al igual que la ironía. Por mi parte, empecé a practicar la técnica de la
telequinesis hasta dominarla a la perfección superando incluso las expectativas
de mi maestro. Como Leo no podía enseñarme ya nada más y las habladurías en el
pueblo eran cada vez más peligrosas, decidí emprender mi vuelo para descubrir
el mundo y poder entenderlo.
Antes de partir, me ofreció un último presente: “Toma,
pequeña, esto perteneció a un tal Flavio Gioia. Lo compré baratísimo en el
mercado”, me dijo mientras ponía en mi mano un objeto redondo de metal que yo
nunca antes había visto. “¿Qué es, Leo?”. “Se llama brújula. Te ayudará a tomar
la dirección adecuada en cada momento. ¡Y también la puedes hacer volar!”. Me
abrazó como lo hacía mi padre cuando era pequeña y me dejó marchar en busca de
mi camino.
De esta manera, acabé formando parte de algunos akelarres,
atraída por la idea de encontrar personas afines. A pesar de mi necesidad de
independencia, es duro no tener a alguien con quien compartir inquietudes y
características comunes. Ser diverso, supone a veces cargar con un fardo
pesado, el de la soledad y la incomprensión. Aunque la experiencia fue muy decepcionante.
Me aburría en aquellas reuniones donde faltaba la innovación y el trance
llegaba a través de la ingesta de sustancias estupefacientes. Por otro lado, yo
no soy muy de congregaciones. No llevo bien lo de acatar reglas o pertenecer a
grupos organizados. Me gusta más ir por libre. En resumen, decidí una vez más
sacudirme enérgicamente las ataduras que me imponían.
- Perdone, pero nuestros lectores se estarán preguntando
si es verdad que en los akelarres se adora al diablo e incluso se copula
con él.
- ¿Adorar al diablo? -soltó una sonora carcajada-
Sr. Ruiz, creer en el diablo, implica creer en dios y yo soy atea. Creo en la
ciencia, en el estudio y en la libertad. Todo eso que a Uds. les preocupa
tanto, fueron invenciones de mojigatos e ignorantes para justificar moralmente
su vergonzosa caza de brujas. Es cierto que, en aquellas reuniones de locas
drogadictas, conocí a alguna que no era como las demás. Una de ellas, una tal
Maritxu, me donó dos cosas que me resultaron utilísimas en mi vida: los ojos de
Medusa en una especie de antifaz y el canto de las sirenas, bien envueltos en
sendos pañuelitos de seda por su alto grado de peligrosidad.
- ¿Quiere decir que no ha coincidido con muchas brujas a
lo largo de su vida?
- Sinceramente no. La mayoría eran mujeres oprimidas y
desesperadas que encontraban la desinhibición en pociones cargadas de alcohol o
en setas alucinógenas para justificar sus transgresiones. Exactamente lo mismo
que los raptus espirituales. La diferencia es que, si llevabas hábitos o
alzacuellos, era misticismo: hilo directo de comunicación con dios. De lo
contrario, brujería: por tanto, Belzebú como interlocutor. Aunque en ambos
casos el componente de base tenía la misma “raíz” (u hojas…). Por mi parte,
siempre he visto más allá de mis narices sin necesidad de andar mordisqueando
setas… Si bien no desprecie un buen plato de boletus…
- ¿Y brujos? ¿Ha conocido alguno?
- ¿Brujos? Ni tan siquiera uno. Me he cruzado con muchos
charlatanes, timadores, embusteros, falsificadores. Embaucadores que con cuatro
trucos de prestidigitación, colmaban con falsa magia el vacío intelectual de
sus seguidores. Provocar el miedo es el mejor método para hacerse con el
control de las masas. En el siglo actual, esto es una filosofía de vida
recurrente pero no una novedad.
- Y en la esfera sentimental, ¿se ha enamorado alguna
vez? No debe ser fácil mantener una relación para una bruja.
- Sí. Una vez, una única vez, cometí el grave error de
enamorarme perdidamente de quien yo creí me correspondía. Lo cierto es que el
error no fue enamorarme sino aceptar entrar voluntariamente en una jaula
renunciando a la libertad que me proporcionaban mis alas. Y como el amor es la
droga más potente y la que más enajena, le confesé hasta mis más íntimos
secretos poniéndome enteramente a su merced y sucumbiendo a sus caprichos. Algo
de lo que nunca me arrepentiré suficientemente. Pero es un tema que prefiero no
recordar.
- Está bien. Háblenos de la Inquisición. ¿De qué manera
la vivió? ¿Conoció a Torquemada en persona?
- ¡Ya lo creo! Lo apodamos “Porqui-na-de-nada”. Un
sátiro libidinoso y reprimido, lleno de traumas infantiles. El más destacable,
el complejo de Edipo. Solo se excitaba viendo el sufrimiento en las carnes de
las mujeres que torturaba. De vivir en esta época, sería el rey del BDSM.
¡Menudo cerdo!
- ¿Nos puede contar algo más sobre este tema que,
desgraciadamente, constituye una parte importantísima de nuestra historia?
- En realidad, está ligado a mi desafortunado
enamoramiento. Como ya apunté, de mi madre heredé el conocimiento de los
remedios naturales. Pues bien, un día, la hermana pequeña de mi gran amor,
enfermó. La visitaron varios médicos sin conseguir dar con la dolencia. Era una
niña y se iba apagando cada día como una vela. Insistí para que me dejasen visitarla
hasta que, por fin, conseguí acercarme a ella. Leo me había dado nociones de
anatomía por lo que, apenas vi su rostro y supe los síntomas, comprendí que
todo provenía de sus riñones.
Fui al bosque a recoger algunas hierbas con las que
realizar una infusión: un manojo de perejil, ortigas, unas flores de
manzanilla, raíz de apio… Lo que hubiera hecho mi madre en mi lugar. De hecho,
la niña empezó a recuperarse hasta sanar del todo en pocos días.
No obstante, este gesto para mí completamente natural y
desinteresado, fue malinterpretado por algunos lo que hizo que mi amado temiese
por su vida al relacionarlo conmigo. Por este motivo, no tuvo reparo en
acusarme de practicar la brujería ante la Santa Inquisición. De esa manera,
acabé presa.
- Perdone mi atrevimiento, pero ¿por qué no escapó? Supongo
que no le hubiese resultado complicado deshacerse de sus verdugos.
- Como ya le he explicado, el amor obnubila y aún es peor el
sentir la traición de la persona venerada. Me vacié de voluntad y la depresión
me dejó sin ganas de reaccionar. Me rendí y permití que me apresaran, me
torturaran y me llevasen a la hoguera una gris mañana de invierno. Imagínese que me acusaron de haber provocado
la muerte de la vaca de un vecino y me hicieron responsable de la escasez de
cosecha de aquel año. Yo no argumenté nada en mi defensa. Todo me daba igual en
aquellos momentos, navegando en la sangre que se vertía de mi corazón hecho
añicos. No deseaba seguir viviendo.
- ¿Cómo es posible que esté ahora aquí, hablando conmigo de
lo sucedido? ¿Cómo consiguió zafarse de su fatal destino?
- Aquella mañana en la que había aceptado la muerte como
única salida, vinieron dos esbirros de Porqui y me llevaron en volandas
hacia la plaza donde habían preparado la hoguera. El ligero camisón de lino
sucio y roto que me cubría filtraba un viento gélido que me helaba la poca
sangre que me quedaba en las venas. Sin embargo, no era lo único que llevaba
puesto ya que aquellos cobardes que habían masacrado mi cuerpo en el intento de
abatir mi espíritu, no habían osado arrancarme un bolsita de cuero que me
colgaba del cuello. Alguien les había dicho que quien tocaba objetos de
brujería, perecía ipso facto. No osaban acercarse al saquito por si era
cierto y decidieron que lo mejor era destruirlo junto con su propietaria.
Me dejé conducir hacia el montón de maderas listas para
arder con mi carne dentro sin oponer resistencia. Pude distinguir una especie
de palco improvisado con sillas de la iglesia donde se sentaban gordos,
grasientos y soberbios, quienes me habían condenado. Todos excepto Porqui
que, al parecer, andaba intentando echarle el guante a un tal Guillermo de
Baskerville en una abadía de Abruzzo, en Italia.
Me llevaron hasta el poste que presidía la hoguera y en
él me ataron de pies y manos. Muy apretaditas las cuerdas. Uno de los
inquisidores se acercó con una tea encendida con la cual prendió sin ninguna
dificultad los ramajes que me rodeaban.
El humo ascendía envolviendo mi mundo en una noche
profundamente negra. Y entonces lo vi, entre las llamas que empezaban a
acariciar mis pies desnudos, vi al causante de mi mal, al traidor ruin que me
había delatado pagando así el bien que le hice a su hermana. Me miraba
impertérrito, incluso con regodeo. Y mi mente nublada recobró su disposición
para pensar con plenitud. Recordé a mi padre, fuente de inspiración: ¡Vuela,
Luna, vuela!”. Y a mi maestro Leonardo con sus eruditas palabras: “Busca dentro
de tu cabeza, Luna, y hallarás la solución al problema”. Me costaba respirar
pero concentré toda mi energía en abrir con mi mente la bolsa que colgaba de mi
cuello. De ella, hice salir el canto de las sirenas que hechizaron sin remisión
la voluntad de los presentes dejándolos a mi merced pues de ellas era dueña.
Entonces, usé la telequinesis para deshacer las cuerdas y agarrada a la brújula
que también llevaba dentro del saquito, volé hasta posarme en la tierra fresca.
Dirigí mi mirada hacia los verdugos ordenándoles caminar hacia las llamas.
Hacia ellas se dirigieron horrorizados pero obedientes como borregos que eran.
La gente que se había congregado para ver quemar a la bruja, asistió a un
espectáculo mucho más horrible aunque grandioso. El olor a carne chamuscada y
los gritos indecentes rogando clemencia eran desgarradores. ¿Se da cuenta, Sr.
Ruiz? Ellos, que mataban sin remordimientos en nombre de su dios, en aquel
momento no se acordaban de él si no que solo lloraban suplicándome a mí, a la
aliada del diablo, que los librase de las llamas que los calcinaban.
Prometiendo oro y riquezas en cambio de sus miserables vidas.
Decidí recuperar el canto de las sirenas cuando de los “santos
inquisidores” quedaban huesos y calaveras. La gente, al recobrar la movilidad,
salió en estampida gritando todos como locos. Él también huyó como huyen los
conejos.
Hasta aquel día, créame Sr. Ruiz, jamás había usado la
magia para hacer el mal sino todo lo contrario. Pero un sentimiento de venganza
se apoderó de mí y decidí no acallarlo. Agarré un pedazo de tronco que no había
ardido y ascendí por encima de los tejados de aquella ciudad maldita. Lo vi
correr despavorido buscando un refugio y me lancé en picado aterrizando delante
de su cara desencajada. “Amor mío, te lo suplico, perdóname. Me obligaron a
hacerlo. Yo te amo. Y tú a mí, lo sé, estoy convencido de ello. Huyamos juntos
a algún sitio donde podamos empezar de cero…”. Esbozó su sonrisa que, en otro
tiempo me parecía irresistible. Despacio, abrí mi bolsa de cuero para extraer
la mirada de Medusa hasta colocarla como una máscara sobre mi rostro manteniéndolo
todavía escondido. “Amado mío, por supuesto que te creo. Y para demostrártelo,
quiero donarte mis ojos para que puedas ver a través de ellos lo que siento por
ti”. Orgulloso de su supuesto triunfo, fijó sus pupilas en mi mirada que otra
no era si no la de Medusa. Su expresión mudó al notar cómo sus órganos se iban
petrificando. Intentó mover la mandíbula pero solo consiguió reproducir una
mueca que provocaba asco y risa en igual medida. “Esto es exactamente lo que
siento por ti: odio sin clemencia”. Me valí de la fuerza de mi mente para que
la estatua en la que se había convertido cayese al suelo golpeándose contra las
rocas duras del terreno. Se rompió en mil pedazos que el viento se encargó de
dispersar.
- Luna, disculpe mi pregunta, pero ¿por qué Ud. se salvó de
la hoguera y el resto de las brujas sucumbió en ella?
- Mi querido Sr. Ruiz, veo que no ha estado muy atento a
mis palabras. Como le apunté anteriormente, brujas de verdad he conocida muy
pocas. Las que supuestamente quemaron eran pobres mujeres sin poder alguno. Por
otro lado, es fácil hacerse el fuerte con el más débil. Combatir al poderoso…
ese ya es otro cantar. ¿Ha visto alguna vez a un corderillo atacar a un lobo?
Pues bien, la brujería otorga un poder inimaginable a quien de verdad la
ostenta. Por eso, mi querido amigo, ninguna bruja murió jamás en la hoguera.
Hubiese sido un suicidio como el que estuve a punto de cometer yo
estúpidamente.
- Sí, tiene lógica su razonamiento. Y díganos, ¿consiguió
alcanzar su sueño de ser azafata?
- ¡Por supuesto! Tuve muchos siglos para adquirir
conocimientos de todo tipo y competencias. Por ejemplo, mi asignatura pendiente
era aprender a nadar y gracias a la ayuda de una tal Esther Williams que conocí
casualmente en uno de mis viajes a Hollywood, conseguí bastante destreza en
este sentido.
Leí, entre otros, a Kant, a Freud, a Marx y hasta
compartí mesa en un restaurante con Juan José Millás. ¡Qué pena no poder
debatir de ello con mi padre! Conviví con los ninjas de los que aprendí
el arte de desaparecer sin dejar rastro. ¡Nada que ver con los ghosting
que algún caradura se sacó de la manga! Perfeccioné varios idiomas y, cuando el
mundo estuvo listo para los vuelos de línea, obtuve mi certificación como TCP y
empecé a trabajar para una prestigiosa compañía aérea. ¡La emoción de mi primer
vuelo en avión fue indescriptible! Créame que se me saltaron incluso las
lágrimas. ¡Tantos siglos esperando uno de los momentos realmente mágicos de mi
vida!
- Y ahora, ¿sigue con su profesión soñada?
- Después de tantas horas de vuelo y dada mi naturaleza
inquieta, conseguí el título de piloto de línea y llegué a comandante. Lo
cierto es que me había cansado de soportar pasajeros maleducados y exigentes;
niños caprichosos, gritones y tiranos. Aunque después de un tiempo pilotando,
comprendí que mi verdadera vocación era pasearme por el pasillo ofreciendo
bebidas y observando a la gente. Le confieso que uno de los momentos que más
felicidad me produce es cuando escenifico las instrucciones iniciales: cómo
abrochar los cinturones, cómo utilizar los chalecos salvavidas… Pensará que me
falta un tornillo porque después de una vida tan ajetreada, indicar dónde están
las salidas de emergencia no supone una gran aventura- Luna se encoge de hombros
mientras intuyo un brillo especial en sus pupilas. A pesar de no verla cara a
cara, estoy seguro de su imponente melena cobriza, recogida en una hermosa
trenza. Adivino un verde casi transparente como el de las vidrieras al trasluz
en sus ojos grandes y profundos.
- ¿Qué proyectos tiene para el futuro, Luna?
- A decir verdad, el espacio aéreo terrestre se me ha
quedado excesivamente pequeño. Por tanto, espero que inicien los vuelos
interplanetarios para extender mis alas hacia nuevos horizontes. Mientras
tanto, trabajo de vez en cuando en la compañía de la que soy socia mayoritaria,
una de gran renombre a nivel internacional. ¡Quizás algún día pueda servirle a
bordo una taza de café humeante a cuarenta mil pies de altura, sr. Ruiz!
- Sería sin duda el café más interesante de mi vida. Para
concluir esta entrevista, dígame, ¿es realmente una bruja o una mujer de gran
inteligencia y con aún más imaginación?
- Bueno, eso depende. ¿Soy una auténtica bruja o solo un
producto de su mente, Sr. Ruiz? Verá, mientras haya personas que creen en las
brujas, seguiremos existiendo pues nos alimentamos de los sueños de la gente; a
veces, de sus pesadillas. La magia, la hechicería no son más que las creencias
que se superponen a la falta de conocimiento, algo que en la era de la
comunicación, cada vez es más evidente. Paradoxal, ¿no? En todo caso, no conviene olvidar que las
brujas no son ni buenas ni malas; los malos son los que se las inventan para después
poderlas quemar vivas.
- Luna…
Mi frase quedó interrumpida, envuelta en una nube espesa.
Así, sin darme cuenta, desapareció sin más. En el aire
quedó su fragancia; una mezcla de jazmín, azahar, agua de rosas y almizcle.
He de admitir que esta mujer me turbó a la vez que me
sedujo con su voz de seda con la que enhebraba sílabas certeras tejiendo alas
en mi corazón. Confieso que desde aquella entrevista que quizá solo soñé, no
hago otra cosa que subirme a aviones, a menudo sin importarme el rumbo y o el
destino, con la esperanza de toparme algún día con esa azafata hechicera que
embrujó mis sentidos y me hizo mirar más allá de la razón.
Por lo que se refiere a Uds., queridos lectores, ¡que
cada cual juzgue esta historia como prefiera! Yo tengo que coger un avión.
Salamanca- 15 enero 2024- Ibone Bueno Vicente
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