Advertencia

Todo lo que publico en este blog es material original libremente creado por mi mente. La idea es la de reunir textos que he escrito en el pasado alternándolos con textos que produzco en la actualidad.
Ninguna pretensión literaria. Todo lo que escribo nace de mi imaginación, de mis sentimientos, de mis vivencias. ¡Es exclusivamente mío!
Yo no escribo lo que pienso, yo escribo lo que siento. Si a alguien lo incomoda de alguna manera, no tiene por qué leer.

domenica 14 gennaio 2024

Amores imposibles sobre ruedas

Uno de los trabajos que se nos pidieron para el taller de escritura era sobre alguna anécdota que tuviésemos en algún viaje en autocar. ¡Ahí va!

AMORES IMPOSIBLES SOBRE RUEDAS

 

I. Incompatibilidades

¡Nada! ¡Que no tengo suerte con los coches de línea!

Quizás porque soy nieta, hija y hermana de ferroviarios de los de toda la vida, no sé; pero noto que esos bichejos con sus ruedas llenas de ego, me miran con recelo, como guardando un cierto rencor o, quizás, sencillamente con autosuficencia. Sí, me miran mal sin esconderlo detrás de sus cortinillas arrugadas y oscuras. Por eso, excepto cuando no me quedan más opciones de viaje, evito el más mínimo contacto con sus asientes estrechos.

II.Bilis

Es cierto, prefiero cualquier medio de transporte, llámese tren, barco, avión o metro… Pero, miren Ustedes, queridos lectores, yo me mareo en los autocares. Y esto es un hecho. Si bien, en los últimos años he conseguido engañar las náuseas enchufándome los cascos y, sobre todo, evitando la ventanilla donde la sensación de ahogo claustrofóbico, me pone de revés el estómago como si de un calcetín se tratara. ¡No hay Biodramina que valga!

Y, como ya habrán adivinado, me zafo de cualquier intento de conversación del vecino de al lado, llegándome a fingir dormida aun a riesgo de parecer una seta.

Gracias a mi disposición natural a los mareos y a la transmisión de algún eslabón mareado de ADN a mi hija mayor (cuyas tendencias vomitivas no se quedan rezagadas), hemos constatado la solidaridad de la gente. Como la primera vez que se nos ocurrió subirnos en Sorrento al autocar que recorre la Costiera Amalfitana. De pie íbamos ya que habían vendido bastantes más billetes que huecos, cuando mi hija Iris, haciendo honor a su nombre, empezó a ponerse de todos los colores para decantarse al final por un blanco-vómito-va amenazador. No disponíamos de bolsas como las de los aviones por lo que la cosa pintaba mal, muy mal. Afortunadamente, nos llegó como agua en mayo la oferta de una familia francesa que llevábamos al lado: “Nous avons acheté des fruits, voulez-vous le sac pour la jeune fille?[1], preguntó la madre mientras providencialmente sacaba los melocotones de la bolsa y nos la acercaba. ¡Y menos mal! Yo, por mi parte, conseguí hacer de tripas corazón (y nunca mejor dicho) hasta llegar a Positano, donde nada más bajar del autocar, di lo mejor de mí misma: ¡Vamos que lo di todo! Hasta lo que aún no había entrado en mi cuerpo serrano…

III.Incontinencia

Mi traumática relación con este medio de transporte se agrava cuando no cuentan con un baño a bordo o se empeñan en dejarlo cerrado.

Juro que hago pis antes de salir de casa. Si puedo, hago pis por el camino. Vuelvo a hacerlo antes de subir al vehículo. ¡Da igual! Es poner un pie dentro del coche de línea y sentir unas irrefrenables ganas de vaciar la vejiga. Ganas que se vuelven incontenibles a los pocos kilómetros.

Es un problema de gran envergadura que en uno de mis viajes en autocar desde Bruselas a Ámsterdam, hizo saltar el botón de los pantalones que llevaba. La cremallera se rompió y por poco no exploto yo como un globo.

Será porque llovía y ese es un factor de riesgo o porque no habíamos hecho ninguna parada en todo el camino, el caso es que varias de las personas de la excursión, llegamos a la capital holandesa al límite. Confieso que, si hubiese sido hombre y no mujer, habría imitado al Manneken Pis por la ventanilla por eso del homenaje a los Países Bajos.

El conductor se negaba a parar por miedo a una multa. Así pues, aprovechando un semáforo en rojo en una esquina, nos permitió bajar, concediéndonos de tiempo el que él tardaba en dar la vuelta a la manzana y bajo la amenaza de dejarnos en tierra. Los 5 o 6 desdichados entramos en tropel en el primer bar que vimos, venciendo la vergüenza de las miraditas que los camareros nos lanzaron. ¡Y yo sujetándome los pantalones con las manos para no quedarme en paños menores! Menos mal que era día de mercadillo y pillé unos Levi’s de segunda mano, una talla más grande que yo, a un precio asequible.

 

IV.Plantones

Uno de los episodios recurrentes en mi precaria historia con los autobuses, es su falta de compromiso. Como en el viaje a Nueva York con mi hija Iris, la de la genética vomitiva.

Llegamos al aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, donde decidimos coger un autobús para Manhattan, opción más económica y conveniente. La encargada de informarse sobre dónde, cuándo y cuánto fue mi hija. En teoría, el autobús debía pasar en 10 minutos por lo que nos dirigimos a la marquesina que había fuera del aeropuerto. Había ya algunas personas esperando a las que preguntamos si era la parada correcta. ¡Nunca se sabe con los autobuses!

La cola crecía. La gente se preguntaba en varios idiomas por qué no pasaba el autobús. Yo había visto un autobús de las mismas características parado como a unos 30 metros antes de la parada. Lo comenté con la gente que empezaba a impacientarse por la tardanza y pensamos que sería una parada anterior a la nuestra. Sin embargo, cuando se puso en marcha, pasó completamente vacío por delante de nosotros, ignorando nuestras señales y voces para que parase. Una chica de Nueva York llamó por teléfono para ver qué había pasado y los responsables del servicio de autobuses admitieron no tener ni idea. El conductor había decidido pararse en otro lado sin dar explicaciones a nadie. Después de una hora esperando, conseguimos coger el autobús siguiente. Esta vez estábamos dispuestos a cogerlo aunque fuese bloqueando la carretera.

No pude evitar pensar que “todos los sitios se cuecen habas” recordando aquella vez en la que fui con un amigo apasionado de la Ferrari a Maranello. A la vuelta, estuvimos esperando en vano el autobús de línea hacia Módena en una marquesina en medio de la nada. También en aquella ocasión telefoneamos a los responsables que nos dijeron “L’autista avrà fatto una pausa per mangiare qualcosa. Abbiate pazienza che arriverà fra poco[2]. La pausa duró casi 90 minutos…Y nosotros acabamos perdiendo el tren de Módena a Bolonia.

“Sí, pero al final llegó”, me dirán Ustedes con parsimonia. Y no me queda otra que darles la razón si pienso en aquella otra vez en Catania, cuando decidimos ir a darnos un baño al Lido Aquarius de Aci Castello. La parada del autobús estaba en Via Etnea, justo debajo de nuestro hotel y, según la aplicación, el autobús pasaba en 5 minutos. Decidimos bajar y esperar en esa parada. Pasaron unos 15 minutos. Mi hija controlaba de vez en cuando la aplicación, en la cual indicaban que faltaban 7 minutos… 9 minutos… 5 minutos… 15 minutos… Háganse Ustedes una idea: Catania, Sicilia. Julio. 38º de temperatura. Después de una hora, decidimos desistir de nuestro intento y cambiamos de planes. A veces, me surge la duda sobre si ya habrá pasado o si llegará a pasar algún día… ¡Tengo que decirle a mi hija que vuelva a mirar en la aplicación!

V.Con maletas y a lo loco

El conductor del autobús que sí paró en el aeropuerto, nos indicó muy amablemente dónde bajar y nos dijo también dónde debíamos coger el autobús de vuelta hacia Newark el día del regreso. Era justo enfrente de donde nos habíamos dejado, en la Fifth Avenue a la altura de Bryan Park.

Aun así, el día en que teníamos que volver a España, comprobamos a conciencia en Internet los horarios y las paradas para no llevarnos más sorpresas desagradables. Incluso preguntamos para cerciorarnos una vez más. Nos dirigimos a la parada del autobús con nuestras maletas de ruedas, tranquilas y relajadas ya que teníamos tiempo de sobra.

Vimos el autobús que, puntual, venía hacia nosotras. ¿Hacia nosotras? Algo no cuadraba. El autobús seguía por el carril del medio sin que, al parecer, tuviera intenciones de coger el de la derecha donde supuestamente tenía que pararse. Mi hija y yo empezamos a agitar los brazos para llamar la atención de la conductora que pasó de largo ignorándonos por completo.

Nosotras dos, como accionadas por un muelle, empezamos a correr en la Fihth Avenue, por el carril de la derecha, con el trolley en una mano, agitando el bolso en la otra y gritando como dos locas: “Stop, stop, stop!”. Todo ello ante las miradas asombradas y divertidas de los transeúntes y sin pensar en que íbamos invadiendo la calzada de los coches.

De repente, el autobús se paró en medio de su carril y se abrió la puerta delantera. Sin aliento y al borde del infarto, conseguimos llegar a su altura. La conductora, que debió de ser teniente coronel en su reencarnación anterior, empezó a echarnos una bronca monumental, gritándonos sin miramientos que subiésemos ipso facto al autobús con maletas y todo. Una vez dentro y contagiada por su entusiasmo empecé a increparla yo (no recuerdo ni en qué lengua) porque la culpa era suya por no pararse donde debía. Mientras mi hija me imploraba que me callase porque, visto lo visto, era capaz de desalojarnos.

El resto del trayecto lo hicimos con las maletas entre el asiento nuestro y el respaldo de adelante, con las piernas por los aires a lo bailadoras de cancán.

VI.Episodios no nacionales

No pude por menos que recordar aquella ocasión en la que, hartos de los pegotes de cemento y del olor a putrefacción, nos fuimos “bajo vuestra absoluta responsabilidad” (nos advirtió el guía) desde Machu Pichu a Cuzco en una especie de guagua, hasta la bandera de personas lugareñas que viajaban con sus cestos de huevos, verduras y otros productos locales. De hecho, la guagua se paraba en todos los pueblecitos del trayecto. Gran parte del viaje circulamos por un antecesor de lo que quizás algún día sería una carretera, siguiendo el curso del Urubamba. Para que no fuéramos de pie, nos ofrecieron sentarnos encima de unas lecheras de metal gigantes. La inquietud y la incertidumbre de la partida se fueron volviendo admiración por el paisaje y gratitud por la amabilidad de los compañeros de viaje.

Sí, a pesar de nuestra historia de desencuentros, viajando en autocar, he tenido la ocasión de vivir emocionantes encuentros y de experimentar audaces aventuras, además de bizarras anécdotas. En todo caso, fuentes de inspiración y de sonrisas cuando pienso en ellas.

¡A ver si dejan de mirarme mal y conseguimos por lo menos una bonita amistad!

                       Ibone Bueno Vicente- 21 al 26 noviembre 2023



                            

 

























Svezia-dicembre '23

[1] Hemos comprado fruta. ¿Quieren la bolsa para la niña?

[2] El conductor habrá hecho una pausa para comer algo. Tengan paciencia porque está al llegar.


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