Uno de los trabajos que se nos pidieron para el taller de escritura era sobre alguna anécdota que tuviésemos en algún viaje en autocar. ¡Ahí va!
AMORES IMPOSIBLES SOBRE RUEDAS
I. Incompatibilidades
¡Nada! ¡Que no tengo suerte con los coches de línea!
Quizás porque soy nieta, hija y hermana de ferroviarios
de los de toda la vida, no sé; pero noto que esos bichejos con sus ruedas
llenas de ego, me miran con recelo, como guardando un cierto rencor o, quizás,
sencillamente con autosuficencia. Sí, me miran mal sin esconderlo detrás de sus
cortinillas arrugadas y oscuras. Por eso, excepto cuando no me quedan más
opciones de viaje, evito el más mínimo contacto con sus asientes estrechos.
II.Bilis
Es cierto, prefiero cualquier medio de transporte,
llámese tren, barco, avión o metro… Pero, miren Ustedes, queridos lectores, yo
me mareo en los autocares. Y esto es un hecho. Si bien, en los últimos años he
conseguido engañar las náuseas enchufándome los cascos y, sobre todo, evitando
la ventanilla donde la sensación de ahogo claustrofóbico, me pone de revés el
estómago como si de un calcetín se tratara. ¡No hay Biodramina que
valga!
Y, como ya habrán adivinado, me zafo de cualquier intento
de conversación del vecino de al lado, llegándome a fingir dormida aun a riesgo
de parecer una seta.
Gracias a mi disposición natural a los mareos y a la
transmisión de algún eslabón mareado de ADN a mi hija mayor (cuyas tendencias
vomitivas no se quedan rezagadas), hemos constatado la solidaridad de la gente.
Como la primera vez que se nos ocurrió subirnos en Sorrento al autocar que
recorre la Costiera Amalfitana. De pie íbamos ya que habían vendido
bastantes más billetes que huecos, cuando mi hija Iris, haciendo honor a su
nombre, empezó a ponerse de todos los colores para decantarse al final por un blanco-vómito-va
amenazador. No disponíamos de bolsas como las de los aviones por lo que la cosa
pintaba mal, muy mal. Afortunadamente, nos llegó como agua en mayo la oferta de
una familia francesa que llevábamos al lado: “Nous avons acheté des fruits,
voulez-vous le sac pour la jeune fille?[1]”,
preguntó la madre mientras providencialmente sacaba los melocotones de la bolsa
y nos la acercaba. ¡Y menos mal! Yo, por mi parte, conseguí hacer de tripas
corazón (y nunca mejor dicho) hasta llegar a Positano, donde nada más bajar del
autocar, di lo mejor de mí misma: ¡Vamos que lo di todo! Hasta lo que aún no
había entrado en mi cuerpo serrano…
III.Incontinencia
Mi traumática relación con este medio de transporte se
agrava cuando no cuentan con un baño a bordo o se empeñan en dejarlo cerrado.
Juro que hago pis antes de salir de casa. Si puedo, hago
pis por el camino. Vuelvo a hacerlo antes de subir al vehículo. ¡Da igual! Es
poner un pie dentro del coche de línea y sentir unas irrefrenables ganas de
vaciar la vejiga. Ganas que se vuelven incontenibles a los pocos kilómetros.
Es un problema de gran envergadura que en uno de mis
viajes en autocar desde Bruselas a Ámsterdam, hizo saltar el botón de los
pantalones que llevaba. La cremallera se rompió y por poco no exploto yo como
un globo.
Será porque llovía y ese es un factor de riesgo o porque
no habíamos hecho ninguna parada en todo el camino, el caso es que varias de
las personas de la excursión, llegamos a la capital holandesa al límite. Confieso
que, si hubiese sido hombre y no mujer, habría imitado al Manneken Pis
por la ventanilla por eso del homenaje a los Países Bajos.
El conductor se negaba a parar por miedo a una multa. Así
pues, aprovechando un semáforo en rojo en una esquina, nos permitió bajar, concediéndonos
de tiempo el que él tardaba en dar la vuelta a la manzana y bajo la amenaza de
dejarnos en tierra. Los 5 o 6 desdichados entramos en tropel en el primer bar
que vimos, venciendo la vergüenza de las miraditas que los camareros nos lanzaron.
¡Y yo sujetándome los pantalones con las manos para no quedarme en paños
menores! Menos mal que era día de mercadillo y pillé unos Levi’s de segunda
mano, una talla más grande que yo, a un precio asequible.
IV.Plantones
Uno de los episodios recurrentes en mi precaria historia
con los autobuses, es su falta de compromiso. Como en el viaje a Nueva York con
mi hija Iris, la de la genética vomitiva.
Llegamos al aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, donde
decidimos coger un autobús para Manhattan, opción más económica y conveniente.
La encargada de informarse sobre dónde, cuándo y cuánto fue mi hija. En teoría,
el autobús debía pasar en 10 minutos por lo que nos dirigimos a la marquesina
que había fuera del aeropuerto. Había ya algunas personas esperando a las que
preguntamos si era la parada correcta. ¡Nunca se sabe con los autobuses!
La cola crecía. La gente se preguntaba en varios idiomas
por qué no pasaba el autobús. Yo había visto un autobús de las mismas
características parado como a unos 30 metros antes de la parada. Lo comenté con
la gente que empezaba a impacientarse por la tardanza y pensamos que sería una
parada anterior a la nuestra. Sin embargo, cuando se puso en marcha, pasó
completamente vacío por delante de nosotros, ignorando nuestras señales y voces
para que parase. Una chica de Nueva York llamó por teléfono para ver qué había
pasado y los responsables del servicio de autobuses admitieron no tener ni
idea. El conductor había decidido pararse en otro lado sin dar explicaciones a
nadie. Después de una hora esperando, conseguimos coger el autobús siguiente.
Esta vez estábamos dispuestos a cogerlo aunque fuese bloqueando la carretera.
No pude evitar pensar que “todos los sitios se cuecen
habas” recordando aquella vez en la que fui con un amigo apasionado de la
Ferrari a Maranello. A la vuelta, estuvimos esperando en vano el autobús de
línea hacia Módena en una marquesina en medio de la nada. También en aquella
ocasión telefoneamos a los responsables que nos dijeron “L’autista avrà
fatto una pausa per mangiare qualcosa. Abbiate pazienza che arriverà fra poco”[2]. La pausa duró casi 90
minutos…Y nosotros acabamos perdiendo el tren de Módena a Bolonia.
“Sí, pero al final llegó”, me dirán Ustedes con
parsimonia. Y no me queda otra que darles la razón si pienso en aquella otra
vez en Catania, cuando decidimos ir a darnos un baño al Lido Aquarius de Aci
Castello. La parada del autobús estaba en Via Etnea, justo debajo de nuestro
hotel y, según la aplicación, el autobús pasaba en 5 minutos. Decidimos bajar y
esperar en esa parada. Pasaron unos 15 minutos. Mi hija controlaba de vez en
cuando la aplicación, en la cual indicaban que faltaban 7 minutos… 9 minutos… 5
minutos… 15 minutos… Háganse Ustedes una idea: Catania, Sicilia. Julio. 38º de
temperatura. Después de una hora, decidimos desistir de nuestro intento y
cambiamos de planes. A veces, me surge la duda sobre si ya habrá pasado o si
llegará a pasar algún día… ¡Tengo que decirle a mi hija que vuelva a mirar en
la aplicación!
V.Con maletas y a lo
loco
El conductor del autobús que sí paró en el aeropuerto, nos
indicó muy amablemente dónde bajar y nos dijo también dónde debíamos coger el
autobús de vuelta hacia Newark el día del regreso. Era justo enfrente de donde
nos habíamos dejado, en la Fifth Avenue a la altura de Bryan Park.
Aun así, el día en que teníamos que volver a España,
comprobamos a conciencia en Internet los horarios y las paradas para no
llevarnos más sorpresas desagradables. Incluso preguntamos para cerciorarnos
una vez más. Nos dirigimos a la parada del autobús con nuestras maletas de
ruedas, tranquilas y relajadas ya que teníamos tiempo de sobra.
Vimos el autobús que, puntual, venía hacia nosotras.
¿Hacia nosotras? Algo no cuadraba. El autobús seguía por el carril del medio
sin que, al parecer, tuviera intenciones de coger el de la derecha donde
supuestamente tenía que pararse. Mi hija y yo empezamos a agitar los brazos
para llamar la atención de la conductora que pasó de largo ignorándonos por
completo.
Nosotras dos, como accionadas por un muelle, empezamos a
correr en la Fihth Avenue, por el carril de la derecha, con el trolley en una
mano, agitando el bolso en la otra y gritando como dos locas: “Stop, stop,
stop!”. Todo ello ante las miradas asombradas y divertidas de los transeúntes y
sin pensar en que íbamos invadiendo la calzada de los coches.
De repente, el autobús se paró en medio de su carril y se
abrió la puerta delantera. Sin aliento y al borde del infarto, conseguimos
llegar a su altura. La conductora, que debió de ser teniente coronel en su
reencarnación anterior, empezó a echarnos una bronca monumental, gritándonos
sin miramientos que subiésemos ipso facto al autobús con maletas y todo.
Una vez dentro y contagiada por su entusiasmo empecé a increparla yo (no
recuerdo ni en qué lengua) porque la culpa era suya por no pararse donde debía.
Mientras mi hija me imploraba que me callase porque, visto lo visto, era capaz
de desalojarnos.
El resto del trayecto lo hicimos con las maletas entre el
asiento nuestro y el respaldo de adelante, con las piernas por los aires a lo
bailadoras de cancán.
VI.Episodios no
nacionales
No pude por menos que recordar aquella ocasión en la que,
hartos de los pegotes de cemento y del olor a putrefacción, nos fuimos “bajo
vuestra absoluta responsabilidad” (nos advirtió el guía) desde Machu Pichu
a Cuzco en una especie de guagua, hasta la bandera de personas lugareñas que
viajaban con sus cestos de huevos, verduras y otros productos locales. De
hecho, la guagua se paraba en todos los pueblecitos del trayecto. Gran parte
del viaje circulamos por un antecesor de lo que quizás algún día sería una
carretera, siguiendo el curso del Urubamba. Para que no fuéramos de pie, nos
ofrecieron sentarnos encima de unas lecheras de metal gigantes. La inquietud y
la incertidumbre de la partida se fueron volviendo admiración por el paisaje y
gratitud por la amabilidad de los compañeros de viaje.
Sí, a pesar de nuestra historia de desencuentros,
viajando en autocar, he tenido la ocasión de vivir emocionantes encuentros y de
experimentar audaces aventuras, además de bizarras anécdotas. En todo caso, fuentes
de inspiración y de sonrisas cuando pienso en ellas.
¡A ver si dejan de mirarme mal y conseguimos por lo menos
una bonita amistad!
Ibone Bueno Vicente- 21 al 26 noviembre 2023
[1] Hemos comprado fruta.
¿Quieren la bolsa para la niña?
[2] El conductor habrá hecho
una pausa para comer algo. Tengan paciencia porque está al llegar.
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