Advertencia

Todo lo que publico en este blog es material original libremente creado por mi mente. La idea es la de reunir textos que he escrito en el pasado alternándolos con textos que produzco en la actualidad.
Ninguna pretensión literaria. Todo lo que escribo nace de mi imaginación, de mis sentimientos, de mis vivencias. ¡Es exclusivamente mío!
Yo no escribo lo que pienso, yo escribo lo que siento. Si a alguien lo incomoda de alguna manera, no tiene por qué leer.

domenica 14 gennaio 2024

Bares

En esta ocasión, Raúl Vacas propuso una tarea que comenzase con la frase "Llegué al bar de la esquina y estaba cerrado". He aquí mi contribución a la causa.

BARES

Llegué al bar de la esquina y estaba cerrado…

No, no es verdad. Nunca hubo un bar en la esquina; o, si lo hubo, no fue mi bar. Aunque sí es cierto que, durante mi vida, me han cerrado muchos bares. Otros muchos decidí clausurarlos yo. Así. Si más. (Los que más).

Siempre quise tener un “bar especial” como los que mostraban las series americanas: Cheers, Friends… Telefilmes que, para ser sincera, nunca seguí como casi nunca he seguido lo que la mayoría aplaudía. Sin embargo, este querer sin querer o, dicho de otro modo, este no querer a la vez de necesitar quererlo, es una característica enquistada en mi forma de ser.

Es cierto que, a lo largo de mi camino, ha habido sitios “especiales”, en general, asociados a personas que han formado parte de mi intimidad. ¿Cómo no recordar las mañanas de domingo de mi infancia? Cuando la rutina consistía en ir a misa y después de bares. Obviamente, siempre a los mismos donde todo el mundo se conocía y todos parecían amigos de todos aun sin conocerse realmente.

Recuerdo con especial nitidez “El Cafetal” de Gran Capitán. El jukebox o tocadiscos donde seleccionábamos la canción que queríamos escuchar. Metías el duro o la moneda de cinco duros para seleccionar más de una canción y los acordes de Nino Bravo, Camilo Sexto, Los Pecos o Pablo Abraira, amenizaban las charlas atronadoras de la gente.  El corto de cerveza, el chato de vino, las croquetas de jamón, los boquerones en vinagre… Cuando no existían papeleras y se tiraba al suelo todo lo que no era comestible o bebible. El serrín que absorbía con avidez los líquidos distraídamente derramados por los clientes jocosos y ruidosos. El humo de los cigarros que aleteaba por el aire en un coito perfecto con los olores que escapaban de la cocina.

Luego crecí. Crecí de golpe y de repente. Y aquellas mañanas ligeras y sabrosas de mojigatos domingos dieron paso a los placeres de una incipiente adolescencia. Habíamos entrado de pleno en los maravillosos años 80. Cuando las litronas no estaban prohibidas. Cuando anidó la distinción entre bares de alterne y bares de marcha. Cuando los últimos disponían de pista de baile y la música era música y valía la pena bailarla o sencillamente escucharla con un tubo de cerveza bien fresquita y un plato de manises.

Recuerdo con especial cariño el “K-Tino” de Gran Vía, meta habitual a la salida de clase o los fines de semana. La música pop, el tecno, el funky, los pinchadiscos que nos hacían dar vueltas no solo en la pista de baile sino también en nuestra cabeza con su modo de vestir a lo Depeche Mode.

Fue una de las épocas doradas de mi vida. Y la más parecida a una de las series americanas anteriormente citadas. El bar era sinónimo de amistad, de complicidad, de diversión, de despreocupación, de confesiones, de esperanzas, de sentimiento de pertenencia a un grupo; algo que, para mí, nunca ha sido fácil mantener por mucho tiempo por ese impulso incontrolable que me obliga a cambiar, buscar, alterar, modificar, recomenzar, cortar, partir de cero, olvidar, resetear, reinventarme. Ayudada, sin duda, por mi continua necesidad de moverme, por mi imposibilidad de quedarme quieta a todos los niveles.

Vinieron muchos bares después. Unos con un billar en el centro. Otros con sus irresistibles patatas bravas. Sin olvidar los que llenaban las tardes de juegos de mesa (¡He olvidado cómo se juega al julepe!). Bares con besos apasionados, con tocamientos escandalosos o roces insinuantes. Otros con sabor a alcohol de garrafón. Bares de fiestas de pueblos ajenos. Bares con la esperanza de encontrármelo, de que me mire. Ninguno como el de Cheers porque lo que confiere singularidad a un bar, es el lazo que te une a la gente con la que lo compartes. Y es un lazo que no se puede improvisar. Si bien permanezca en el alma ese anhelo inalcanzable imposible de recuperar.

Quizás un día vea esas series. No es un mal plan para comenzar. ¿Y por qué no? Puede que incluso consiga encontrar mi sitio en algún bar.

Ibone Bueno Vicente- Salamanca, 19-12-23-M

Copenaghen (Danimarca)-dicembre'23

Nessun commento:

Posta un commento

Commenti / Comentarios