Ayer fue
San Valentín, día de los enamorados. Y, al parecer, hoy es San Faustino, día de
quienes no tienen pareja.
Para quien
no lo sepa, yo soy apóstata por lo cual no creo en sus santidades en el
estricto sentido religioso de la palabra. Sin embargo, todo este trasiego de
gente a favor o en contra de ambos, sobre todo del pobre San Valentín, me está
empezando a sacar de quicio. Empiezo a aburrirme de esta guerra entre los de uno
y otro bando. Más que nada porque no los veo ni como opuestos ni como enemigos
ni como excluyentes.
Como
siempre, evidentemente en mi humilde opinión absolutamente personal, el trasfondo está impregnado de
hipocresía. No me refiero al hecho de que, actualmente, el 100% de los eventos
y festejos que rodean nuestra existencia desde ya antes de nacer hasta después
de estar muertos, tengan un marcado carácter consumista. Sinceramente, me encanta
el consumismo y hago uso de él cuando me da la realísima gana sin necesidad de tener
que justificarme o justificarlo. No obstante, mi observación va contra aquellos
que “odian” el día de San Valentín izando con orgullo la bandera del “yo no
tengo a nadie y ni falta que me hace porque conmigo mismo ya me siento completo”.
¡Mentirosos! O ascetas… que también puede ser. Dudo mucho que la mayoría de
ellos sea sincera.
¿Os
habéis dado cuenta de la proliferación en los últimos años de gente que siente
la necesidad de declarar públicamente este casi odio hacia lo que tenga que ver
con el amor, las relaciones de pareja, los sentimientos, los compromisos, las
manifestaciones de afecto? Como si todo ello, nos debilitara el carácter. Como
si no fuese una parte inherente a la persona. Como si los desengaños amorosos
sufridos pesaran sobre ellos como una lápida mortuoria.
Pues
bien, yo no pertenezco a ese grupo. Cierto es que, a lo largo de mi vida y
aunque ha habido ocasiones en las que lo he intentado, nunca me he sentido dentro
de ningún grupo y no iba a empezar justo por éste. Pero vuelvo al tema que me
voy por las ramas fácilmente.
Actualmente
no tengo pareja. Ni tengo ni busco ni me desespero por no tenerla. En el pasado
sí me sucedía; pero he trabajado duro para erradicar de mi vida las dependencias,
en particular, las nocivas y la necesidad (para nada irracional, por cierto, ya
que solemos ser lo que somos, en gran parte, por lo que nos ha tocado vivir en
el pasado) de tener a alguien junto a mí ya que no era capaz de vivir sola
conmigo misma. Todo ello me ha llevado a tolerar situaciones, a veces, que
rozaban (usemos un eufemismo) el maltrato psicológico. Afortunadamente todo
ello pertenece al pasado.
Estoy momentáneamente
en “barbecho” lo cual no implica que “me cague en el amor” y que le eche pestes
o que considere que estoy mejor sola. Por supuesto que estoy mejor sola que mal
acompañada. Sobre esto y a día de hoy, no tengo ninguna duda. Llegar aquí ha
sido un maravilloso e importante logro. Pero preferiría estar “bien”
acompañada.
Estoy
bien conmigo misma lo cual no significa que mi vida esté completa.
Considero
que, como seres sociales que somos, necesitamos relacionarnos con los demás en
varios ámbitos para conseguir la plenitud personal.
Por lo
que a mí respecta, amo compartir mis pensamientos, algunos fragmentos de mi
tiempo y los proyectos de futuro. Y sobre todo, necesito dar y recibir amor.
Besos. Caricias. El contacto físico con otro cuerpo. Miradas. Palabras. Gestos.
Viajes. Comidas. Sexo. Intercambiar detalles y atención.
Me
sorprende la gente que se vanagloria de lo a gustito que está sola pero que no
hace más que buscar cosas para hacer en esos momentos. Tienen que llenar su tiempo
de “placentera soledad” con un sinfín de actividades, o bien con una excesiva
dedicación a su trabajo o con una obsesiva concentración sobre sus hijos o incluso
sus mascotas. En resumen, parece que deben sentirse constantemente ocupados
haciendo algo. Desde mi punto de vista, eso no es estar a gusto solos. Porque
si lo estuvieran realmente, no necesitarían nada más que a sí mismos. Sin más.
A mí me
encanta estar sola, sin hacer nada. O haciendo lo que realmente me apetece sin
el afán de ocupar cada minuto con algo que “no me haga pensar”. Como en este
momento, por ejemplo, en el que me dejo llevar por mi pasión por escribir. O
quedarme mirando el sol que se filtra por entre las cortinas. A veces, me basta
tener encima a Gaia y acariciar su cabecita. Tumbarme al sol con los ojos
cerrados sin hacer absolutamente nada. O caminar por Salamanca con los cascos
escuchando música. Yo sola. A veces conmigo misma. Otras ni siquiera.
Aun así,
me gustaría tener una pareja. ¡Ya lo creo! Porque necesito sentir lo que se
siente cuando alguien a quien amas y que te corresponde está cerca de ti. Y
eso, mis queridos “solitarios a ultranza”, es algo que no pueden dar ni los
amigos, ni los hijos, ni el trabajo, ni la frenética búsqueda de actividades con
que enmascarar vuestras solitarias vidas para poder sentir una falsa “plenitud”.
En fin, enhorabuena
a quien realmente esté feliz solito en el mundo.
Y de
manera especial, enhorabuena a quien ha encontrado a alguien con quien vale la
pena compartir y celebrar el amor.
Por mi
parte, seguiré en barbecho a la espera de encontrarlo también yo. Por suerte,
ni estoy desesperada ni desespero.
15
febbraio ’20-Ibone
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