Quise llenar de lágrimas el agujero negro que dibujaste en mi vida. Lloré,
lloré con desconsuelo y con afán por lavar así mis sentimientos. A modo de
catarsis emocional para suturar la herida enorme que me habías producido.
¡Intento vano! Ya que el pozo de mi dolor resistente se me antojaba cada
vez más profundo y la desesperación comenzó a ganar terreno día a día.
Probé a atiborrarme de odio y de desgana y de hielo polar para ver si te cubría,
te contrarrestaba, te destruía. Te cauterizaba.
Pero ni el tiempo ni la rabia ni las ganas de arrancarte de mi venas, ésas
por las que tu recuerdo nítido discurría, consiguieron aliviar el dolor maldito
que me atenazaba cada vez que la insistencia caprichosa de tu insinuarte en mi cabeza
revolvía mis tripas. Duele.
Como si formases parte de mi código genético, perseverabas con ahínco y sin
sentido aun consciente de lo absurdo que resulta. E inútil.
El pesar de amar sin esperanza, de saber que somos dos ríos cuyos caudales
no van a poder confluir nunca, condenados a desembocar en mares lejanos entre
ellos; es algo que no puede curar ni el tiempo ni la voluntad ni la cabezonería
aunque viviéramos mil años. Desdicha.
Intenté no sentir, no sentirte como te siento a pesar de que cuando
estabas, te sentía ausente, distraído, ensimismado en tus círculos concéntricos
alrededor de tu ombligo.
Y tan sólo conseguí enredarme aún más en tu recuerdo persistente. Indignada,
irritada conmigo misma por mi incapacidad.
Quizás fingiendo que jamás formaste
parte de mi vida al igual que siempre me mantuviste al margen de la tuya, podré
liberarme para siempre... Quizás.
28 gennaio ’20- Ibone
Barcelona, enero 2019
Perfectoo
RispondiEliminaCome te!!
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