Hay quien dice que el amor no es lo más importante en la vida y a mí me cuesta bastante entenderlo y aún más aceptarlo.
Quizás porque soy una persona que, en cualquier ámbito o actividad, necesita una gran dosis de amor para llevar a cabo cualquier empresa. Darlo y obviamente recibirlo.
Es evidente que cada cual tiene una concepción particular de ese sentimiento. En ella influyen de manera decisiva la educación recibida, los esquemas mentales que determinan nuestros pensamientos y consecuentemente nuestros actos, las experiencias positivas y negativas vividas a lo largo de nuestra vida y que nos marcan definitivamente, sobre todo, si nos dejamos llevar por la corriente en lugar de bajarnos de la barca y recorrer la ribera a pie, eligiendo la dirección que queremos que sigan nuestros pasos. A menudo se olvida que en la nave de la vida sólo hay cabida para un piloto: uno mismo.
Yo pongo amor en prácticamente todo lo que hago y sin él, la vida me parece anodina y sin estímulos. Y necesito recibirlo en dosis semejantes a las que yo dono. He de admitir que esto último me acarrea no pocos quebraderos de cabeza.
En mi caso, el amor y la pasión suelen ir de la mano y no soy capaz de separarlos. Por otro lado, tampoco me lo planteo.
Hay amor en los bocadillos que cada mañana les hago a mis hijas, en los mensajes personalizados que escribo en cada uno de ellos.
Hay amor en mis clases (aunque puede que algunos no lo perciban...), porque me apasionan y sin amor-pasión, me aburriría como una ostra.
Cuando aprendo, cuando estudio, cuando leo y sobre todo cuando escribo.
Hay amor cuando le pongo la comida a mi gato y le limpio el arenero.
Cuando chateo con mi padre y me hace perder la paciencia porque elimina mensajes o manda audios vacíos o hace videollamadas y lo niega... ¡Lo amo!
Cuando busco entre las personas que han visitado mi estado su nombre y lo encuentro y me dan ganas de abrazarlo a pesar de todo.
Hay amor en los viajes que programo, en nuestras conversaciones, hasta en nuestros enfados.
Hay amor, pasión, dedicación, entusiasmo. Y cuando alguno de esos elementos flaquea, no me siento entera. Me falta algo importante.
Quizás toda esa publicidad negativa hacia este sentimiento se produzca porque, a veces, confundimos el amor con el romanticismo. Recordemos que los románticos eran unos pobres amargados, con problemas de rechazo por parte de la amada y cuya única salida era la muerte prematura para huir de tanta desdicha y sufrimiento. No, decididamente, yo no soy romántica. Pero me encanta amar. Amar sin medida, sin límites y sin ataduras. Y, por supuesto, demostrarlo.
Los que saben de estas cosas mucho (o nada ya que opinar es gratis y pocas son las disciplinas demostrables científicamente), insisten en diferenciar distintos tipos de amor: el amor filial, el amor a la vida, el amor hacia uno mismo, el amor carnal...
¡Pamplinas!
El amor, en mi opinión y para mí que es lo que cuenta en mi vida, es un sentimiento que te empuja a mejorarte a ti mismo y a proyectarte hacia los demás. A querer.
Querer significa estar presente en y con el pensamiento, cuidar los detalles, dedicar una sonrisa, poner toda tu atención y celo en lo que haces, pensar en cómo sorprender a la otra persona, cómo conseguir que sonría. Una caricia, una comida favorita, un guiño de complicidad que sólo vostros podréis comprender, un regalo significativo, una visita inesperada, una nota, una poesía, un dibujo. Es saber pedir perdón cuando se yerra y saber perdonar cuando las disculpas son sinceras. Es ver una peli juntos o intentarlo a pesar de que nunca lleguéis más allá del minuto 30 con suerte. Es hacer un pijama-party y quedarte dormida a los 5 minutos pero con la plácida sensación de su cuerpecito al lado. Es escuchar todas las declinaciones del latín o diez páginas de figuras literarias mientras tu cerebro bosteza y tus ojos se esfuerzan en mostrar interés. Es intentar pasar tiempo, todo el tiempo posible con las personas que quieres porque su presencia te hace sentir bien. Sencillamente porque amas. Sin más.
Amor son palabras y son gestos. Y no puede faltar la coherencia entre ambos.
Yo no sé vivir sin amor, sin amar, siempre, constantemente, en todo momento. Y si a alguien le molesta verlo, francamente me importa un bledo. Para mí es mucho más triste vivir de carencias, retozando en el cinismo. Infinitamente mucho más triste.
Por tanto: ¡Viva el derroche de amor en todas y cada una de sus manifestaciones! Y si alguien no lo ve como yo, que se aparte de mi camino.
19 febrero 2019- Ibone
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