En esta ocasión, Raúl Vacas nos asignó a cada uno el título de un microrrelato ya existente. Se trataba de escribir una historia policíaca o con el crimen como tema. A mí me tocó "¿Es posible dilucidar un crimen?" Aprovechando el tiempo pasado en los distintos medios de transporte, escribí la primera historia. De ahí, surgió la segunda casi sola. Y ya que "Non c'è due senza tre", acabó convirtiéndose en trilogía. De todos modos, cada historia es independiente y al mismo tiempo, están legadas entre sí. ¡Buena lectura! Y si alguien es capaz, puede intentar dilucidar los crímenes...
EL TREN
(Basado en
hechos reales)
El tren rebosaba de
gente.
Ella, tímida como
era, llevaba varias horas aguántandose las ganas, cada vez más exigentes, de
orinar.
Miró la hora en su
móvil. Aún quedaba bastante para llegar a su destino.
Venciendo, por fin,
su introversión, agarró por el cuello el coraje y se levantó de su asiento
intentando mantener sus ojos en la nada.
Su desazón aumentó
al llegar al servicio y comprobar que se trataba de un baño habilitado para
personas con movilidad reducida. Odiaba el sistema de cierre por si alguien
podía entrar mientras hacía pis.
Sin embargo, las
punzadas que acosaban su abdomen empezaban a resultar insoportables.
Una vez dentro, lo
primero que observó fueron varias
manchas de un marrón rojizo en el suelo
delante de la taza y alrededor de esta.
Con una posición de
equilibrista para no poner los pies encima, se bajó los leggins y el
tanga mientras sus ojos fijaban obsesivamente los circulitos no del todo secos.
Quizás a alguien le
había empezado a sangrar la nariz. Fantaseó. O puede que la regla hubiese
sorprendido a alguna chica impreparada. Ella siempre llevaba consigo un
“arsenal” de tampones por si acaso.
De repente, notó un
golpecito tibio y húmedo en su cabeza. Se llevó instintivamente la mano al
pelo. El tacto caliente, espeso y pegajoso la puso en alerta.
Se limpió y vistió
precipitadamente. Levantó la mirada hacia el techo y vio una rejilla de la que
cayó otra gota roja.
El pánico se
apoderó de sus sentidos. Los ecos de su corazón martilleaban sus oídos y un
zumbido sordo repiqueaba en sus sienes.
Desactivó el
candado de la puerta corredera y pulsó maniacalmente el botón de apertura sin
éxito.
Entonces, comenzó a
gritar con la fuerza de su desesperación pidiendo ayuda.
Silencio.
-¡Perdone! ¡Revisor!
La puerta del baño no se abre.
-Lo siento, señor.
Lleva estropeado más de una semana y no consiguen arreglarlo. Pero puede
utilizar el del vagón siguiente, si lo desea.
-Gracias.
El pasajero volvió
a su asiento. El suelo de aquel baño lleno de manchas lo había hecho desistir.
Ya iría al llegar a la estación.
Madrid-10 febrero
2024- Ibone
Museo del Ferrocarril (Delicias-Madrid)
Settembre 2019
El avión
Apenas se apeó del
tren, se dirigió a los baños de la estación.
Un cartel anunciaba
que se encontraban cerrados por limpieza.
Valoró ir a los del
centro comercial cercano pero desechó enseguida la idea ya que iba con el
tiempo justo. Por otro lado, la necesidad de orinar tampoco era incontrolable.
Se introdujo con paso
firme en el vagón del metro tirando de su maleta con ruedas. Pasaría el control
de equipajes y después, con calma, buscaría un servicio de los muchos
diseminados por la T2.
El metro acababa de
dejar atrás “Mar de cristal” cuando se escuchó un ruido sordo y el vagón fue
perdiendo velocidad hasta quedar postrado en la vía, privo de movimiento.
Las personas se
miraban entre ellas con gesto interrogativo hasta que a través de la megafonía,
informaron de la avería que ya todos intuían.
Se les rogaba
permanecer tranquilos y quietos. En
breve, enviarían un autobús a recogerlos para llevarlos al aeropuerto.
Controló la hora en
su móvil. Aún tenía tiempo antes de que saliera su avión.
Se preguntaba por
qué no había ido al baño en aquel tren. Es cierto que, al ver aquellas manchas
en el suelo, había tenido un mal presentimiento; pero, ahora que su vejiga
empezaba a pesarle como el plomo, se
arrepentía de haber hecho caso a esa sensación irracional. Al máximo se hubiera
manchado los zapatos.
Sólo le cabía
esperar que el autobús llegase pronto.
No fue así ya que
se demoró bastante por culpa del tráfico intenso.
Cuando, por fin,
entró en el aeropuerto, escuchó la última llamada de su vuelo. ¡Menos mal que
el control de equipajes fue veloz!
Se apresuró hacia
la puerta de embarque reteniendo las ganas de orinar, ahora ya, considerables.
El avión subió de
cuota. La señal de mantener los cinturones abrochados se apagó. Se levantó de
su asiento como si tuviera un resorte con un único pensamiento: llegar al
servicio del avión.
Casi se le saltan
las lágrimas al descubrir en el largo pasillo, una fila de gente esperando
delante de él.
No podía más. Bajó
la mirada hacia sus brazos que rodeaban y sostenían su vientre con el fin de
aligerar el peso de su vejiga. “¡Aguanta, aguanta, aguanta!”.
No sabía cuánto
tiempo había transcurrido así, casi acurrucado, si bien le pareció una
eternidad.
Alzó la mirada y
comprobó con alivio que el pasillo estaba despejado y verde la señal luminosa del WC.
Avanzó apoyándose
en los respaldos de los asientos vacíos. ¡Qué extraño ! ¿Dónde se había metido
toda la gente que esperaba en la cola? Juraría que no habían pasado junto a él.
La necesidad de la micción lo distrajo de sus cavilaciones. Abrió la pequeña
puerta del lavabo y, con un suspiro casi místico, liberó toda la tensión. ¡Por
poco se lo hace encima!
Se subió la
cremallera de la bragueta con una expresión de satisfacción en su rostro.
Incluso se sonrió a sí mismo en el espejo.
Apretó el botón
azul de la cisterna.
¡Oh, no! Intentó
agarrarse a los pasamanos de la pared, sujetarse con los pies en el borde del
váter.
Ante la impotencia,
gritó con toda su energía pidiendo ayuda, desafiando con su voluntad la
vorágine que lo aspiraba en un torbellino ronco.
Silencio.
-¡Perdone, azafata!
Necesito ir al baño.
-Lo siento, señora.
Hemos empezado el descenso. Tiene que permanecer en su asiento.
Contrariada pensó
en ir a los baños del aeropuerto en cuanto desembarcara.
Spazio aereo
europeo- 10 febbraio 2024- Ibone Bueno Vicente.
In volo fra Málaga e Madrid
Dicembre'23
El hotel
El avión aterrizó en el aeropuerto de destino con un
considerable retraso.
Miró su reloj. ¡Vaya! Contaba con el tiempo justo para no
perder el autobús hacia el centro de la ciudad.
Viajaba siempre ligera de equipaje por lo que se ahorró el
tener que esperar en la cinta correspondiente.
Necesitaba ir al baño. La azafata, bastante antipática por
cierto, se lo había impedido en el avión porque habían iniciado las maniobras
de aterrizaje. A decir verdad, el vuelo le había parecido extraño sin saber
bien el motivo. Claro que ella era dada a fantasear.
De todos modos, si ahora se entretenía, debería esperar
bastante para coger otro autobús a Cityterminalen. Recordó que los
autobuses de Flybussarna disponían de wc a bordo. ¡Un pequeño
esfuerzo y, por fin, podría hacer pis!
Sacó el billete de ida y vuelta en las máquinas automáticas
y llegó a la marquesina cuando los últimos pasajeros estaban subiendo al
autocar.
Depositó su maleta en el compartimento a tal efecto buscando
un asiento cercano al servicio.
Apenas en ruta, bajó la estrecha escalera. ¡Maldición!
¡Fuera de servicio! No le quedaba más remedio que aguartarse. Afortunadamente,
su hotel estaba enfrente de la estación central de autobuses.
Así pues, una vez realizado el check in, se dirigió
apresuradamente al servicio que había detectado cerca de la recepción.
Observó una mancha de unos 15 cm de diámetro delante de la
puerta. Era de un color marrón grisáceo.
Le llamó la atención por la forma de estrella que tenía. Por otro lado, suponía
un elemento fuera de lugar dentro de la absoluta pulcritud del resto del
edificio.
Su vejiga le mandó un mensaje ineludible: no era el momento
de dar rienda suelta a su nutrida imaginación.
Entró echando el cerrojo.
Suspiró feliz al descargar el peso de su abdomen. Un poco
más y se lo hace encima.
Después de lavarse las manos, intentó abrir la puerta pero parecía
atascada. Tras varios intentos fallidos, la claustrofobia comenzó a cercarla.
Gritó pidiendo ayuda con toda su energía, aporreando la
puerta con una sensación mixta entre ansiedad y sentido del ridículo.
El tiempo transcurrido hasta que el recepcionista logró
desbloquear la puerta le pareció una eternidad.
El chico se disculpó mortificado. Había olvidado advertirla
del mal funcionamiento de la puerta que se atascaba continuamente.
Entró, por fin, en su habitación avergonzada por su
hipocondría que la llevaba a dibujar escenarios terribles ante cualquier
contratiempo. Decidió tranquilizarse imaginando la maravillosa semana que tenía
ante sí, para ella solita en la lejana Estocolmo. Empezaría por un buen baño
caliente, lleno de burbujas. Antes colgaría fuera de la habitación el cartel de
“No molestar”. Era su momento y no
quería interrupciones de ningún tipo.
Se sumergió en la bañera abandonándose a la placidez que la
envolvía.
De repente, notó como si un abrazo húmedo y poderoso la
estrechase con inmensa fuerza arastrándola bajo el agua, imposibilitando su
movilidad.
Quiso gritar pidiendo ayuda pero sólo consiguió tragar agua.
Sus ojos parecían de vídrio y su expresión desencajada. Plof. El tapón del
sumidero saltó liberando el paso de todo cuanto contenía la bañera.
Silencio.
El personal de limpieza decidió entrar después cuatro días a
pesar de seguir el cartel en la puerta.
La habitación estaba en perfecto orden. No así el servicio donde
el sumidero estaba lleno de pelos enmarañados.
¡Qué poca consideración tiene alguna gente! ¡Como se lo daban todo
hecho!
Estaba molido. Menos mal que le faltaba poco para acabar el
turno.
En cuanto llegase a casa, se iría derechito a la bañera.
Ibone, aereo KLM fra Stoccolma e Amsterdam- 13 febbraio’24
Stoccolma (Svezia)
Febbraio'24