Advertencia

Todo lo que publico en este blog es material original libremente creado por mi mente. La idea es la de reunir textos que he escrito en el pasado alternándolos con textos que produzco en la actualidad.
Ninguna pretensión literaria. Todo lo que escribo nace de mi imaginación, de mis sentimientos, de mis vivencias. ¡Es exclusivamente mío!
Yo no escribo lo que pienso, yo escribo lo que siento. Si a alguien lo incomoda de alguna manera, no tiene por qué leer.

giovedì 18 gennaio 2024

Entrevista con la bruja

 En esta ocasión, la tarea del taller de escritura tenía que tratar sobre brujas e incluir al menos tres elementos mágicos que resultasen definitivos para superar los obstáculos. Yo, que siempre quise ser bruja (y quizás lo fui en alguna otra vida..), he escrito lo que sigue. Confieso que, en mi historia, hay ciertos guiños a mis hijas. Ellas sabrán cuáles. 😉 La historia es un poco larga pero espero que os resulte amena.

ENTREVISTA CON LA BRUJA

Hay quien dice que “haberlas, haylas”, Seres legendarios capaces de convertirte en sapo, de conjurarte una verruga o de hechizarte con sus artimañas. Devoradoras de neonatos y hábiles zalameras. Pero, ¿existen realmente o son producto de nuestra fantasía?

Por Alfonso Ruiz

Recientemente tuve la ocasión de dialogar con una auténtica bruja. La entrevista fue, a decir poco, interesante y muy proficua.

Siempre había querido entrevistar a algún personaje fantástico por lo que publiqué en este mismo periódico, un anuncio en la sección de contactos. He de reconocer que con bastante escepticismo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando recibí un mensaje de respuesta aceptando mantener conmigo una conversación sobre el tema.

He aquí la entrevista con una bruja, Luna, nombre inventado para no revelar su identidad, uno de los requisitos exigidos por mi interlocutora, además de impedirme realizar fotos o de contemplarla cara a cara.

Me convoca en un viejo edificio deshabitado. Nos separa una especie de biombo que permite adivinar una figura juvenil, grácil, perfecta. Un suave perfume indefinible pero agradable acaricia mi olfato. ¡El pathos está servido!

-       Luna, en primer lugar, le agradezco que me dé la oportunidad de entrevistarla. ¿Puedo preguntarle qué la ha animado a ello?

-       Hoy en día todo el mundo comenta y opina, en muchos casos, sin la menor idea de lo que están hablando. Yo tengo mucho que decir desde mi experiencia personal durante mi longeva existencia. ¿Por qué no aprovecharme de su curiosidad para ello?

-       Empecemos por el principio. ¿Cuándo nació? ¿Cuáles son sus orígenes?

-       Preguntar la edad a una dama, incluso siendo una bruja, no es muy delicado- Me dice con una risita pícara- Pero sí le diré que tengo muchos siglos de vida. Aunque, a veces, miro el mundo a mi alrededor y me parece que hay aspectos que se han quedado atrapados en el tiempo, fosilizados…

-       La entiendo perfectamente. Volviendo a su edad, a juzgar por su silueta de veinteañera, no se diría que me encuentro delante de una persona secular.

-       Sr. Ruiz, ha de saber que la brujería, bien aplicada, hace más milagros que todos los filtros de Instagram e TikTok juntos y es mucho más duradera.

Como le decía, nací hace bastantes siglos en el seno de una familia humilde, por utilizar un eufemismo. La pobreza y el hambre eran la tónica general entre la gente del pueblo.

Mi padre era el mayor de ocho hermanos y, al quedarse huérfanos, asumió el oficio de mi abuelo, que era zapatero remendón. Tenía 12 años en aquel entonces. Como comprenderá, dada la falta de recursos entre las gentes, pocos eran los que podían permitirse tener calzado por lo que redondeaba las cuatro perras que ganaba con trabajos de varia índole: carpintería, herrería, albañilería… Él tenía el don de aprender de inmediato cualquier oficio. De hecho, es la persona más inteligente que jamás he conocido; y le aseguro que he tratado con infinidad de cerebritos. Yo sentía una profunda admiración por su enorme capacidad de adaptación y de superación ante los avatares de la vida.

Por su parte, mi madre era lo que ahora definen como “producto de su época”. Una mujer enjuta, triste, abnegada. Temerosa de dios (le ruego que lo escriba en minúscula) y de sus leyes crueles y devastadoras para quienes vivían en la miseria. A pesar de todo, había aprendido de su abuela el arte de las hierbas y especias para uso culinario y como remedio eficaz contra algunas enfermedades. De ella aprendí a mixturar hierbajos beneficiosos o suculentos. Se podría afirmar que poseía una sabiduría popular desbordante que intentaba esconder para no llamar la atención de las autoridades.

-       Por sus palabras, deduzco que, en aquella época, ya había un cierto recelo hacia la brujería.

-       ¡Obvio! Ya sea por la ignorancia de unos como por el afán de poder de otros, el resultado es que condenaban todo lo que escapaba de su control; todo lo que no se conseguía explicar por desconocimiento o sencillamente porque el universo es infinitamente más grande que nuestra minúscula aptitud para comprenderlo. Y, seamos sinceros, el ser humano no acepta fácilmente lo que se sale de la norma, de la costumbre, de las reglas tácitamente establecidas. En resumen, lo diferente se percibe como una amenaza que se ha de eliminar. En aquel entonces y a lo largo de toda la historia.

-       ¿Tenía hermanos?

-       Sí, tenía una hermana más mayor que no cuestionaba las normas citadas; por lo que su única aspiración en la vida era contraer matrimonio con algún hombre bueno y llenar la casa de críos llorones siguiendo los preceptos de la religión.

-       Intuyo que no era su caso…

-       ¡Por supuesto que no! Yo no tenía el menor interés en casarme. Así se lo manifesté a mi familia. Mi madre pensó mi vocación era la de monja de clausura. La saqué de su error aduciendo que no tenía intenciones de ser la sierva ni de dios ni de nadie y mucho menos de ser una fábrica de mocosos muertos de hambre, porque lo que realmente deseaba hacer en la vida era VOLAR. Yo quería ser azafata. Ella, al no entender muy bien mis palabras,  me dio como respuesta tal paliza que durante varios días no pude moverme del andrajoso camastro que compartía con mi hermana.

Afortunadamente, mi padre era una persona muy adelantada a su tiempo. Después de unos días en los que me dolía hasta el pensamiento (o tal vez lo que más), se acercó a mí con el secretismo que la situación requería y me dijo: “Mira, hija, yo no soy más que un pobre hombre al que el destino ha negado la oportunidad de cultivar su mente y, de consecuencia, su espíritu pues ambos van estrechamente ligados. Me hubiera encantado vivir en otra época para leer a Kant, a Freud, a Marx, a Juan José Millás…Sí, lo sé. No comprendes de qué estoy hablando; pero tú, Luna querida, eres diferente de los demás y un día lo entenderás. Tú naciste envuelta en un halo de luz cegadora que iluminó toda la estancia y con una sonrisa encantadora en los labios tiernos. Nunca revelé este detalle porque, ya sabes cómo es tu madre, temía que te sucediese algo malo si se llegaba a saber. Tú no perteneces a este mundo oscuro y hostil que entoña bajo falsas creencias la originalidad, la inteligencia y la diversidad. Si tu deseo es volar, ¡vuela! No permitas que nadie te arranque las alas. Vuela hacia adelante sin volver la mirada atrás”.

- ¡Es una historia interesante e increíble!

- La vida lo es, Sr. Ruiz. Como le decía, yo quería ser azafata; pero en aquella época no existían los aviones lo cual suponía un contratiempo no despreciable. El único modo de volar, decían que era la escoba y, para ello, tenías que ser bruja y yo, francamente, no creía en ellas. Mi padre me había hablado de un tal Leonardo que vivía en Italia, un gran inventor que andaba dándole vueltas a lo de volar. Por tanto, me dirigí a Vinci para ponerme en contacto con quien sería uno de los influencers de mi vida, usando un término actual aunque ya quisieran los influencers de ahora tener su carisma y su materia gris. ¡Todo fachada sin nada detrás los hoy en día!

No me resultó difícil convencer a Leo para que me asumiera como aprendiz a pesar de ser mujer. Vio en mí un espécimen raro y él se sentía fuertemente atraído por los desafíos, por lo extraordinario.

Leo era infinito. Me enseñó a leer y a escribir, a entender el latín y el griego, a desentrañar los misterios de las fórmulas matemáticas, a interpretar ecuaciones y a usar la inteligencia para afrontar situaciones complicadas. Amaba repetir frecuentemente: “Todo lo que necesitamos para resolver un problema, está en nuestra cabeza. Por eso, debemos llenarla de conceptos y conocimiento. Hay que bucear dentro y mirar bien a nuestro alrededor. Busca, Luna, asocia lo que tienes dentro y lo que contemplas fuera y hallarás de seguro la solución relacionando ambos”.

Lo cierto es que Leo era carne de cañón por sus ideas revolucionarias y su modo de vida; pero, como no tenía ni caderas ni tetas, la persecución no tuvo grandes consecuencias.

- ¿Me está diciendo que conoció nada menos que a Leonardo da Vinci?

- Por supuesto. No tiene nada de extraño. Recuerde que no nací ayer, Sr. Ruiz. Como iba diciendo, Leonardo fue un mentor excepcional. El mejor regalo me lo hizo el día de mi cumpleaños: “¿Quieres volar, chiquilla? Siento que mis artefactos hayan sido una desilusión. Algún día alguien inventará algo que pueda llevarte lejos, surcando las nubes para planear sobre ellas. Por ahora, solo son prototipos sin funcionalidad” – adivinó la tristeza en mi mirada y añadió: “No obstante, puedo asegurarte que no necesitas ningún aparato volador para moverte por el cielo”.

Yo lo escuchaba absorta, la única manera en la que se podía escuchar a Leo cuando divagaba. Él leyó en mi rostro un signo de interrogación: “Luna, la mente es la máquina más potente del universo. Debes solo aprender a mover los objetos con ella. Sí, sí, no me mires como si hubiese perdido el juicio. No tiene nada que ver con hechizos o brujerías. Se llama ‘telequinesis’”.

Yo le respondí ingenua: “Leo, entonces, ¿no necesito una escoba mágica como dicen?”. “Querida Luna, con el poder de la mente podrás mover el mundo entero; pero, para viajar, quizás sea más práctica una escoba ligera que un mueble bar… ¡Imagínate volando en una pesada cama o en un carromato! ¡Y no te digo a la hora de aterrizar!”.

- Veo que el sr. Da Vinci también tenía sentido del humor…

- La inteligencia y el sentido del humor suelen ir de la mano al igual que la ironía. Por mi parte, empecé a practicar la técnica de la telequinesis hasta dominarla a la perfección superando incluso las expectativas de mi maestro. Como Leo no podía enseñarme ya nada más y las habladurías en el pueblo eran cada vez más peligrosas, decidí emprender mi vuelo para descubrir el mundo y poder entenderlo.

Antes de partir, me ofreció un último presente: “Toma, pequeña, esto perteneció a un tal Flavio Gioia. Lo compré baratísimo en el mercado”, me dijo mientras ponía en mi mano un objeto redondo de metal que yo nunca antes había visto. “¿Qué es, Leo?”. “Se llama brújula. Te ayudará a tomar la dirección adecuada en cada momento. ¡Y también la puedes hacer volar!”. Me abrazó como lo hacía mi padre cuando era pequeña y me dejó marchar en busca de mi camino.

De esta manera, acabé formando parte de algunos akelarres, atraída por la idea de encontrar personas afines. A pesar de mi necesidad de independencia, es duro no tener a alguien con quien compartir inquietudes y características comunes. Ser diverso, supone a veces cargar con un fardo pesado, el de la soledad y la incomprensión. Aunque la experiencia fue muy decepcionante. Me aburría en aquellas reuniones donde faltaba la innovación y el trance llegaba a través de la ingesta de sustancias estupefacientes. Por otro lado, yo no soy muy de congregaciones. No llevo bien lo de acatar reglas o pertenecer a grupos organizados. Me gusta más ir por libre. En resumen, decidí una vez más sacudirme enérgicamente las ataduras que me imponían.

- Perdone, pero nuestros lectores se estarán preguntando si es verdad que en los akelarres se adora al diablo e incluso se copula con él.

- ¿Adorar al diablo? -soltó una sonora carcajada- Sr. Ruiz, creer en el diablo, implica creer en dios y yo soy atea. Creo en la ciencia, en el estudio y en la libertad. Todo eso que a Uds. les preocupa tanto, fueron invenciones de mojigatos e ignorantes para justificar moralmente su vergonzosa caza de brujas. Es cierto que, en aquellas reuniones de locas drogadictas, conocí a alguna que no era como las demás. Una de ellas, una tal Maritxu, me donó dos cosas que me resultaron utilísimas en mi vida: los ojos de Medusa en una especie de antifaz y el canto de las sirenas, bien envueltos en sendos pañuelitos de seda por su alto grado de peligrosidad.

- ¿Quiere decir que no ha coincidido con muchas brujas a lo largo de su vida?

- Sinceramente no. La mayoría eran mujeres oprimidas y desesperadas que encontraban la desinhibición en pociones cargadas de alcohol o en setas alucinógenas para justificar sus transgresiones. Exactamente lo mismo que los raptus espirituales. La diferencia es que, si llevabas hábitos o alzacuellos, era misticismo: hilo directo de comunicación con dios. De lo contrario, brujería: por tanto, Belzebú como interlocutor. Aunque en ambos casos el componente de base tenía la misma “raíz” (u hojas…). Por mi parte, siempre he visto más allá de mis narices sin necesidad de andar mordisqueando setas… Si bien no desprecie un buen plato de boletus

- ¿Y brujos? ¿Ha conocido alguno?

- ¿Brujos? Ni tan siquiera uno. Me he cruzado con muchos charlatanes, timadores, embusteros, falsificadores. Embaucadores que con cuatro trucos de prestidigitación, colmaban con falsa magia el vacío intelectual de sus seguidores. Provocar el miedo es el mejor método para hacerse con el control de las masas. En el siglo actual, esto es una filosofía de vida recurrente pero no una novedad.

- Y en la esfera sentimental, ¿se ha enamorado alguna vez? No debe ser fácil mantener una relación para una bruja.

- Sí. Una vez, una única vez, cometí el grave error de enamorarme perdidamente de quien yo creí me correspondía. Lo cierto es que el error no fue enamorarme sino aceptar entrar voluntariamente en una jaula renunciando a la libertad que me proporcionaban mis alas. Y como el amor es la droga más potente y la que más enajena, le confesé hasta mis más íntimos secretos poniéndome enteramente a su merced y sucumbiendo a sus caprichos. Algo de lo que nunca me arrepentiré suficientemente. Pero es un tema que prefiero no recordar.

- Está bien. Háblenos de la Inquisición. ¿De qué manera la vivió? ¿Conoció a Torquemada en persona?

- ¡Ya lo creo! Lo apodamos “Porqui-na-de-nada”. Un sátiro libidinoso y reprimido, lleno de traumas infantiles. El más destacable, el complejo de Edipo. Solo se excitaba viendo el sufrimiento en las carnes de las mujeres que torturaba. De vivir en esta época, sería el rey del BDSM. ¡Menudo cerdo!

- ¿Nos puede contar algo más sobre este tema que, desgraciadamente, constituye una parte importantísima de nuestra historia?

- En realidad, está ligado a mi desafortunado enamoramiento. Como ya apunté, de mi madre heredé el conocimiento de los remedios naturales. Pues bien, un día, la hermana pequeña de mi gran amor, enfermó. La visitaron varios médicos sin conseguir dar con la dolencia. Era una niña y se iba apagando cada día como una vela. Insistí para que me dejasen visitarla hasta que, por fin, conseguí acercarme a ella. Leo me había dado nociones de anatomía por lo que, apenas vi su rostro y supe los síntomas, comprendí que todo provenía de sus riñones.

Fui al bosque a recoger algunas hierbas con las que realizar una infusión: un manojo de perejil, ortigas, unas flores de manzanilla, raíz de apio… Lo que hubiera hecho mi madre en mi lugar. De hecho, la niña empezó a recuperarse hasta sanar del todo en pocos días.

No obstante, este gesto para mí completamente natural y desinteresado, fue malinterpretado por algunos lo que hizo que mi amado temiese por su vida al relacionarlo conmigo. Por este motivo, no tuvo reparo en acusarme de practicar la brujería ante la Santa Inquisición. De esa manera, acabé presa.

-       Perdone mi atrevimiento, pero ¿por qué no escapó? Supongo que no le hubiese resultado complicado deshacerse de sus verdugos.

-       Como ya le he explicado, el amor obnubila y aún es peor el sentir la traición de la persona venerada. Me vacié de voluntad y la depresión me dejó sin ganas de reaccionar. Me rendí y permití que me apresaran, me torturaran y me llevasen a la hoguera una gris mañana de invierno.  Imagínese que me acusaron de haber provocado la muerte de la vaca de un vecino y me hicieron responsable de la escasez de cosecha de aquel año. Yo no argumenté nada en mi defensa. Todo me daba igual en aquellos momentos, navegando en la sangre que se vertía de mi corazón hecho añicos. No deseaba seguir viviendo.

-       ¿Cómo es posible que esté ahora aquí, hablando conmigo de lo sucedido? ¿Cómo consiguió zafarse de su fatal destino?

-       Aquella mañana en la que había aceptado la muerte como única salida, vinieron dos esbirros de Porqui y me llevaron en volandas hacia la plaza donde habían preparado la hoguera. El ligero camisón de lino sucio y roto que me cubría filtraba un viento gélido que me helaba la poca sangre que me quedaba en las venas. Sin embargo, no era lo único que llevaba puesto ya que aquellos cobardes que habían masacrado mi cuerpo en el intento de abatir mi espíritu, no habían osado arrancarme un bolsita de cuero que me colgaba del cuello. Alguien les había dicho que quien tocaba objetos de brujería, perecía ipso facto. No osaban acercarse al saquito por si era cierto y decidieron que lo mejor era destruirlo junto con su propietaria.

Me dejé conducir hacia el montón de maderas listas para arder con mi carne dentro sin oponer resistencia. Pude distinguir una especie de palco improvisado con sillas de la iglesia donde se sentaban gordos, grasientos y soberbios, quienes me habían condenado. Todos excepto Porqui que, al parecer, andaba intentando echarle el guante a un tal Guillermo de Baskerville en una abadía de Abruzzo, en Italia.

Me llevaron hasta el poste que presidía la hoguera y en él me ataron de pies y manos. Muy apretaditas las cuerdas. Uno de los inquisidores se acercó con una tea encendida con la cual prendió sin ninguna dificultad los ramajes que me rodeaban.

El humo ascendía envolviendo mi mundo en una noche profundamente negra. Y entonces lo vi, entre las llamas que empezaban a acariciar mis pies desnudos, vi al causante de mi mal, al traidor ruin que me había delatado pagando así el bien que le hice a su hermana. Me miraba impertérrito, incluso con regodeo. Y mi mente nublada recobró su disposición para pensar con plenitud. Recordé a mi padre, fuente de inspiración: ¡Vuela, Luna, vuela!”. Y a mi maestro Leonardo con sus eruditas palabras: “Busca dentro de tu cabeza, Luna, y hallarás la solución al problema”. Me costaba respirar pero concentré toda mi energía en abrir con mi mente la bolsa que colgaba de mi cuello. De ella, hice salir el canto de las sirenas que hechizaron sin remisión la voluntad de los presentes dejándolos a mi merced pues de ellas era dueña. Entonces, usé la telequinesis para deshacer las cuerdas y agarrada a la brújula que también llevaba dentro del saquito, volé hasta posarme en la tierra fresca. Dirigí mi mirada hacia los verdugos ordenándoles caminar hacia las llamas. Hacia ellas se dirigieron horrorizados pero obedientes como borregos que eran. La gente que se había congregado para ver quemar a la bruja, asistió a un espectáculo mucho más horrible aunque grandioso. El olor a carne chamuscada y los gritos indecentes rogando clemencia eran desgarradores. ¿Se da cuenta, Sr. Ruiz? Ellos, que mataban sin remordimientos en nombre de su dios, en aquel momento no se acordaban de él si no que solo lloraban suplicándome a mí, a la aliada del diablo, que los librase de las llamas que los calcinaban. Prometiendo oro y riquezas en cambio de sus miserables vidas.

Decidí recuperar el canto de las sirenas cuando de los “santos inquisidores” quedaban huesos y calaveras. La gente, al recobrar la movilidad, salió en estampida gritando todos como locos. Él también huyó como huyen los conejos.

Hasta aquel día, créame Sr. Ruiz, jamás había usado la magia para hacer el mal sino todo lo contrario. Pero un sentimiento de venganza se apoderó de mí y decidí no acallarlo. Agarré un pedazo de tronco que no había ardido y ascendí por encima de los tejados de aquella ciudad maldita. Lo vi correr despavorido buscando un refugio y me lancé en picado aterrizando delante de su cara desencajada. “Amor mío, te lo suplico, perdóname. Me obligaron a hacerlo. Yo te amo. Y tú a mí, lo sé, estoy convencido de ello. Huyamos juntos a algún sitio donde podamos empezar de cero…”. Esbozó su sonrisa que, en otro tiempo me parecía irresistible. Despacio, abrí mi bolsa de cuero para extraer la mirada de Medusa hasta colocarla como una máscara sobre mi rostro manteniéndolo todavía escondido. “Amado mío, por supuesto que te creo. Y para demostrártelo, quiero donarte mis ojos para que puedas ver a través de ellos lo que siento por ti”. Orgulloso de su supuesto triunfo, fijó sus pupilas en mi mirada que otra no era si no la de Medusa. Su expresión mudó al notar cómo sus órganos se iban petrificando. Intentó mover la mandíbula pero solo consiguió reproducir una mueca que provocaba asco y risa en igual medida. “Esto es exactamente lo que siento por ti: odio sin clemencia”. Me valí de la fuerza de mi mente para que la estatua en la que se había convertido cayese al suelo golpeándose contra las rocas duras del terreno. Se rompió en mil pedazos que el viento se encargó de dispersar.

-       Luna, disculpe mi pregunta, pero ¿por qué Ud. se salvó de la hoguera y el resto de las brujas sucumbió en ella?

-       Mi querido Sr. Ruiz, veo que no ha estado muy atento a mis palabras. Como le apunté anteriormente, brujas de verdad he conocida muy pocas. Las que supuestamente quemaron eran pobres mujeres sin poder alguno. Por otro lado, es fácil hacerse el fuerte con el más débil. Combatir al poderoso… ese ya es otro cantar. ¿Ha visto alguna vez a un corderillo atacar a un lobo? Pues bien, la brujería otorga un poder inimaginable a quien de verdad la ostenta. Por eso, mi querido amigo, ninguna bruja murió jamás en la hoguera. Hubiese sido un suicidio como el que estuve a punto de cometer yo estúpidamente.

-       Sí, tiene lógica su razonamiento. Y díganos, ¿consiguió alcanzar su sueño de ser azafata?

-       ¡Por supuesto! Tuve muchos siglos para adquirir conocimientos de todo tipo y competencias. Por ejemplo, mi asignatura pendiente era aprender a nadar y gracias a la ayuda de una tal Esther Williams que conocí casualmente en uno de mis viajes a Hollywood, conseguí bastante destreza en este sentido.

Leí, entre otros, a Kant, a Freud, a Marx y hasta compartí mesa en un restaurante con Juan José Millás. ¡Qué pena no poder debatir de ello con mi padre! Conviví con los ninjas de los que aprendí el arte de desaparecer sin dejar rastro. ¡Nada que ver con los ghosting que algún caradura se sacó de la manga! Perfeccioné varios idiomas y, cuando el mundo estuvo listo para los vuelos de línea, obtuve mi certificación como TCP y empecé a trabajar para una prestigiosa compañía aérea. ¡La emoción de mi primer vuelo en avión fue indescriptible! Créame que se me saltaron incluso las lágrimas. ¡Tantos siglos esperando uno de los momentos realmente mágicos de mi vida!

-       Y ahora, ¿sigue con su profesión soñada?

-       Después de tantas horas de vuelo y dada mi naturaleza inquieta, conseguí el título de piloto de línea y llegué a comandante. Lo cierto es que me había cansado de soportar pasajeros maleducados y exigentes; niños caprichosos, gritones y tiranos. Aunque después de un tiempo pilotando, comprendí que mi verdadera vocación era pasearme por el pasillo ofreciendo bebidas y observando a la gente. Le confieso que uno de los momentos que más felicidad me produce es cuando escenifico las instrucciones iniciales: cómo abrochar los cinturones, cómo utilizar los chalecos salvavidas… Pensará que me falta un tornillo porque después de una vida tan ajetreada, indicar dónde están las salidas de emergencia no supone una gran aventura- Luna se encoge de hombros mientras intuyo un brillo especial en sus pupilas. A pesar de no verla cara a cara, estoy seguro de su imponente melena cobriza, recogida en una hermosa trenza. Adivino un verde casi transparente como el de las vidrieras al trasluz en sus ojos grandes y profundos.

-       ¿Qué proyectos tiene para el futuro, Luna?

-       A decir verdad, el espacio aéreo terrestre se me ha quedado excesivamente pequeño. Por tanto, espero que inicien los vuelos interplanetarios para extender mis alas hacia nuevos horizontes. Mientras tanto, trabajo de vez en cuando en la compañía de la que soy socia mayoritaria, una de gran renombre a nivel internacional. ¡Quizás algún día pueda servirle a bordo una taza de café humeante a cuarenta mil pies de altura, sr. Ruiz!

-       Sería sin duda el café más interesante de mi vida. Para concluir esta entrevista, dígame, ¿es realmente una bruja o una mujer de gran inteligencia y con aún más imaginación?

-       Bueno, eso depende. ¿Soy una auténtica bruja o solo un producto de su mente, Sr. Ruiz? Verá, mientras haya personas que creen en las brujas, seguiremos existiendo pues nos alimentamos de los sueños de la gente; a veces, de sus pesadillas. La magia, la hechicería no son más que las creencias que se superponen a la falta de conocimiento, algo que en la era de la comunicación, cada vez es más evidente. Paradoxal, ¿no?  En todo caso, no conviene olvidar que las brujas no son ni buenas ni malas; los malos son los que se las inventan para después poderlas quemar vivas.

-       Luna…

Mi frase quedó interrumpida, envuelta en una nube espesa.

Así, sin darme cuenta, desapareció sin más. En el aire quedó su fragancia; una mezcla de jazmín, azahar, agua de rosas y almizcle.

He de admitir que esta mujer me turbó a la vez que me sedujo con su voz de seda con la que enhebraba sílabas certeras tejiendo alas en mi corazón. Confieso que desde aquella entrevista que quizá solo soñé, no hago otra cosa que subirme a aviones, a menudo sin importarme el rumbo y o el destino, con la esperanza de toparme algún día con esa azafata hechicera que embrujó mis sentidos y me hizo mirar más allá de la razón.

Por lo que se refiere a Uds., queridos lectores, ¡que cada cual juzgue esta historia como prefiera! Yo tengo que coger un avión.

Salamanca- 15 enero 2024- Ibone Bueno Vicente






























Museo della stregoneria di Triora, 
la città delle streghe 
(Liguria, Italia)- agosto 2023

lunedì 15 gennaio 2024

Tabaco

 Estoy pensando que acabo de ver en la 1 un reportaje sobre la posible prohibición de fumar en espacios públicos abiertos, como las terrazas de los bares. Me han sorprendido, ya que carecía de información en este sentido, los datos sobre los efectos negativos que el humo del tabaco tiene en fumadores pasivos, incluso cuando la exposición es mínima.

Durante demasiados años de mi vida (entre los 16 y los 25), fui una fumadora empedernida llegando a más de dos cajetillas al día. Se trata de una de las cosas de las que más me arrepiento de toda mi vida. Es cierto que los tiempos eran otros y la inconsciencia, la falta de información adecuada y la opinión social sobre este fenómeno no tenían nada que ver con la situación actual.
No me resultó fácil dejar de fumar pero con tesón, cabezonería y constancia, conseguí recobrar la inteligencia que el tabaco me había consumido.
He de admitir que, desde aquel 19 de diciembre de 1991 en que fumé mi último cigarro, no soporto el humo del tabaco. Me resulta sumamente desagradable. Me da realmente asco.
De hecho, odiaba entrar en los bares antes de la ley que prohíbe fumar en su interior. Y sigo sintiéndome "atacada" y asqueada cuando me llega el humo del cigarrillo de algún peatón.
En mi reciente viaje a Budapest con Erika, ambas llegamos a la misma conclusión si bien cada una por su cuenta: no veíamos fumar a nadie por la calle y quienes lo hacían, eran en su gran mayoría extranjeros (en concreto españoles e italianos. Dato empírico).
También notamos que los estancos estaban "empapelados" por fuera para impedir la vista de lo que había dentro; lo cual nos pareció una idea brillante pues se evita la publicidad de lo que allí se vende. Si no lo ves, no lo deseas o el deseo disminuye, sobre todo, en las nuevas generaciones.
Garantizo que era maravilloso caminar por la calle sin tener que respirar humos ajenos (excepto las pocas veces ya citadas). Mi hija lo puede corroborar.
Soy consciente de lo difícil que resulta para un adicto a esta droga el dejarla. Como ya dije antes, yo lo fui durante 9 inútiles años. Sin embargo, considero primordial que se actúe con dureza y sin concesiones en este sentido, sobre todo, porque se empieza a fumar cada vez a edades más tempranas con el riesgo que eso conlleva. Además del gasto público para tratar las enfermedades derivadas del tabaquismo.
Por otro lado, hoy en día no caben excusas como la de la desinformación que había en otros tiempos.
Como en la mayor parte de las cosas, habría que atajar el problema desde la base: la educación. Una sociedad con una correcta educación es una sociedad responsable y madura, en grado de tomar decisiones de manera autónoma y respetuosa hacia uno mismo y hacia las personas que nos rodean. Sin renunciar al desarrollo de un pensamiento crítico y personal.
Desafortunadamente, es algo de lo que adolece nuestra sociedad actual.
Reforzar la autoestima de los adolescentes, ayudará a que se mantengan firmes y no se dejen llevar por las reglas del rebaño. Y lo mismo se podría decir del alcohol; pero ese tema lo dejo aparte.
Cuando la sociedad es infantiloide, egoísta e inmadura, el único recurso que queda son las prohibiciones. Otra cosa es que se hagan respetar.
13 enero 2024-Ibone

domenica 14 gennaio 2024

Amores imposibles sobre ruedas

Uno de los trabajos que se nos pidieron para el taller de escritura era sobre alguna anécdota que tuviésemos en algún viaje en autocar. ¡Ahí va!

AMORES IMPOSIBLES SOBRE RUEDAS

 

I. Incompatibilidades

¡Nada! ¡Que no tengo suerte con los coches de línea!

Quizás porque soy nieta, hija y hermana de ferroviarios de los de toda la vida, no sé; pero noto que esos bichejos con sus ruedas llenas de ego, me miran con recelo, como guardando un cierto rencor o, quizás, sencillamente con autosuficencia. Sí, me miran mal sin esconderlo detrás de sus cortinillas arrugadas y oscuras. Por eso, excepto cuando no me quedan más opciones de viaje, evito el más mínimo contacto con sus asientes estrechos.

II.Bilis

Es cierto, prefiero cualquier medio de transporte, llámese tren, barco, avión o metro… Pero, miren Ustedes, queridos lectores, yo me mareo en los autocares. Y esto es un hecho. Si bien, en los últimos años he conseguido engañar las náuseas enchufándome los cascos y, sobre todo, evitando la ventanilla donde la sensación de ahogo claustrofóbico, me pone de revés el estómago como si de un calcetín se tratara. ¡No hay Biodramina que valga!

Y, como ya habrán adivinado, me zafo de cualquier intento de conversación del vecino de al lado, llegándome a fingir dormida aun a riesgo de parecer una seta.

Gracias a mi disposición natural a los mareos y a la transmisión de algún eslabón mareado de ADN a mi hija mayor (cuyas tendencias vomitivas no se quedan rezagadas), hemos constatado la solidaridad de la gente. Como la primera vez que se nos ocurrió subirnos en Sorrento al autocar que recorre la Costiera Amalfitana. De pie íbamos ya que habían vendido bastantes más billetes que huecos, cuando mi hija Iris, haciendo honor a su nombre, empezó a ponerse de todos los colores para decantarse al final por un blanco-vómito-va amenazador. No disponíamos de bolsas como las de los aviones por lo que la cosa pintaba mal, muy mal. Afortunadamente, nos llegó como agua en mayo la oferta de una familia francesa que llevábamos al lado: “Nous avons acheté des fruits, voulez-vous le sac pour la jeune fille?[1], preguntó la madre mientras providencialmente sacaba los melocotones de la bolsa y nos la acercaba. ¡Y menos mal! Yo, por mi parte, conseguí hacer de tripas corazón (y nunca mejor dicho) hasta llegar a Positano, donde nada más bajar del autocar, di lo mejor de mí misma: ¡Vamos que lo di todo! Hasta lo que aún no había entrado en mi cuerpo serrano…

III.Incontinencia

Mi traumática relación con este medio de transporte se agrava cuando no cuentan con un baño a bordo o se empeñan en dejarlo cerrado.

Juro que hago pis antes de salir de casa. Si puedo, hago pis por el camino. Vuelvo a hacerlo antes de subir al vehículo. ¡Da igual! Es poner un pie dentro del coche de línea y sentir unas irrefrenables ganas de vaciar la vejiga. Ganas que se vuelven incontenibles a los pocos kilómetros.

Es un problema de gran envergadura que en uno de mis viajes en autocar desde Bruselas a Ámsterdam, hizo saltar el botón de los pantalones que llevaba. La cremallera se rompió y por poco no exploto yo como un globo.

Será porque llovía y ese es un factor de riesgo o porque no habíamos hecho ninguna parada en todo el camino, el caso es que varias de las personas de la excursión, llegamos a la capital holandesa al límite. Confieso que, si hubiese sido hombre y no mujer, habría imitado al Manneken Pis por la ventanilla por eso del homenaje a los Países Bajos.

El conductor se negaba a parar por miedo a una multa. Así pues, aprovechando un semáforo en rojo en una esquina, nos permitió bajar, concediéndonos de tiempo el que él tardaba en dar la vuelta a la manzana y bajo la amenaza de dejarnos en tierra. Los 5 o 6 desdichados entramos en tropel en el primer bar que vimos, venciendo la vergüenza de las miraditas que los camareros nos lanzaron. ¡Y yo sujetándome los pantalones con las manos para no quedarme en paños menores! Menos mal que era día de mercadillo y pillé unos Levi’s de segunda mano, una talla más grande que yo, a un precio asequible.

 

IV.Plantones

Uno de los episodios recurrentes en mi precaria historia con los autobuses, es su falta de compromiso. Como en el viaje a Nueva York con mi hija Iris, la de la genética vomitiva.

Llegamos al aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, donde decidimos coger un autobús para Manhattan, opción más económica y conveniente. La encargada de informarse sobre dónde, cuándo y cuánto fue mi hija. En teoría, el autobús debía pasar en 10 minutos por lo que nos dirigimos a la marquesina que había fuera del aeropuerto. Había ya algunas personas esperando a las que preguntamos si era la parada correcta. ¡Nunca se sabe con los autobuses!

La cola crecía. La gente se preguntaba en varios idiomas por qué no pasaba el autobús. Yo había visto un autobús de las mismas características parado como a unos 30 metros antes de la parada. Lo comenté con la gente que empezaba a impacientarse por la tardanza y pensamos que sería una parada anterior a la nuestra. Sin embargo, cuando se puso en marcha, pasó completamente vacío por delante de nosotros, ignorando nuestras señales y voces para que parase. Una chica de Nueva York llamó por teléfono para ver qué había pasado y los responsables del servicio de autobuses admitieron no tener ni idea. El conductor había decidido pararse en otro lado sin dar explicaciones a nadie. Después de una hora esperando, conseguimos coger el autobús siguiente. Esta vez estábamos dispuestos a cogerlo aunque fuese bloqueando la carretera.

No pude evitar pensar que “todos los sitios se cuecen habas” recordando aquella vez en la que fui con un amigo apasionado de la Ferrari a Maranello. A la vuelta, estuvimos esperando en vano el autobús de línea hacia Módena en una marquesina en medio de la nada. También en aquella ocasión telefoneamos a los responsables que nos dijeron “L’autista avrà fatto una pausa per mangiare qualcosa. Abbiate pazienza che arriverà fra poco[2]. La pausa duró casi 90 minutos…Y nosotros acabamos perdiendo el tren de Módena a Bolonia.

“Sí, pero al final llegó”, me dirán Ustedes con parsimonia. Y no me queda otra que darles la razón si pienso en aquella otra vez en Catania, cuando decidimos ir a darnos un baño al Lido Aquarius de Aci Castello. La parada del autobús estaba en Via Etnea, justo debajo de nuestro hotel y, según la aplicación, el autobús pasaba en 5 minutos. Decidimos bajar y esperar en esa parada. Pasaron unos 15 minutos. Mi hija controlaba de vez en cuando la aplicación, en la cual indicaban que faltaban 7 minutos… 9 minutos… 5 minutos… 15 minutos… Háganse Ustedes una idea: Catania, Sicilia. Julio. 38º de temperatura. Después de una hora, decidimos desistir de nuestro intento y cambiamos de planes. A veces, me surge la duda sobre si ya habrá pasado o si llegará a pasar algún día… ¡Tengo que decirle a mi hija que vuelva a mirar en la aplicación!

V.Con maletas y a lo loco

El conductor del autobús que sí paró en el aeropuerto, nos indicó muy amablemente dónde bajar y nos dijo también dónde debíamos coger el autobús de vuelta hacia Newark el día del regreso. Era justo enfrente de donde nos habíamos dejado, en la Fifth Avenue a la altura de Bryan Park.

Aun así, el día en que teníamos que volver a España, comprobamos a conciencia en Internet los horarios y las paradas para no llevarnos más sorpresas desagradables. Incluso preguntamos para cerciorarnos una vez más. Nos dirigimos a la parada del autobús con nuestras maletas de ruedas, tranquilas y relajadas ya que teníamos tiempo de sobra.

Vimos el autobús que, puntual, venía hacia nosotras. ¿Hacia nosotras? Algo no cuadraba. El autobús seguía por el carril del medio sin que, al parecer, tuviera intenciones de coger el de la derecha donde supuestamente tenía que pararse. Mi hija y yo empezamos a agitar los brazos para llamar la atención de la conductora que pasó de largo ignorándonos por completo.

Nosotras dos, como accionadas por un muelle, empezamos a correr en la Fihth Avenue, por el carril de la derecha, con el trolley en una mano, agitando el bolso en la otra y gritando como dos locas: “Stop, stop, stop!”. Todo ello ante las miradas asombradas y divertidas de los transeúntes y sin pensar en que íbamos invadiendo la calzada de los coches.

De repente, el autobús se paró en medio de su carril y se abrió la puerta delantera. Sin aliento y al borde del infarto, conseguimos llegar a su altura. La conductora, que debió de ser teniente coronel en su reencarnación anterior, empezó a echarnos una bronca monumental, gritándonos sin miramientos que subiésemos ipso facto al autobús con maletas y todo. Una vez dentro y contagiada por su entusiasmo empecé a increparla yo (no recuerdo ni en qué lengua) porque la culpa era suya por no pararse donde debía. Mientras mi hija me imploraba que me callase porque, visto lo visto, era capaz de desalojarnos.

El resto del trayecto lo hicimos con las maletas entre el asiento nuestro y el respaldo de adelante, con las piernas por los aires a lo bailadoras de cancán.

VI.Episodios no nacionales

No pude por menos que recordar aquella ocasión en la que, hartos de los pegotes de cemento y del olor a putrefacción, nos fuimos “bajo vuestra absoluta responsabilidad” (nos advirtió el guía) desde Machu Pichu a Cuzco en una especie de guagua, hasta la bandera de personas lugareñas que viajaban con sus cestos de huevos, verduras y otros productos locales. De hecho, la guagua se paraba en todos los pueblecitos del trayecto. Gran parte del viaje circulamos por un antecesor de lo que quizás algún día sería una carretera, siguiendo el curso del Urubamba. Para que no fuéramos de pie, nos ofrecieron sentarnos encima de unas lecheras de metal gigantes. La inquietud y la incertidumbre de la partida se fueron volviendo admiración por el paisaje y gratitud por la amabilidad de los compañeros de viaje.

Sí, a pesar de nuestra historia de desencuentros, viajando en autocar, he tenido la ocasión de vivir emocionantes encuentros y de experimentar audaces aventuras, además de bizarras anécdotas. En todo caso, fuentes de inspiración y de sonrisas cuando pienso en ellas.

¡A ver si dejan de mirarme mal y conseguimos por lo menos una bonita amistad!

                       Ibone Bueno Vicente- 21 al 26 noviembre 2023



                            

 

























Svezia-dicembre '23

[1] Hemos comprado fruta. ¿Quieren la bolsa para la niña?

[2] El conductor habrá hecho una pausa para comer algo. Tengan paciencia porque está al llegar.


Bares

En esta ocasión, Raúl Vacas propuso una tarea que comenzase con la frase "Llegué al bar de la esquina y estaba cerrado". He aquí mi contribución a la causa.

BARES

Llegué al bar de la esquina y estaba cerrado…

No, no es verdad. Nunca hubo un bar en la esquina; o, si lo hubo, no fue mi bar. Aunque sí es cierto que, durante mi vida, me han cerrado muchos bares. Otros muchos decidí clausurarlos yo. Así. Si más. (Los que más).

Siempre quise tener un “bar especial” como los que mostraban las series americanas: Cheers, Friends… Telefilmes que, para ser sincera, nunca seguí como casi nunca he seguido lo que la mayoría aplaudía. Sin embargo, este querer sin querer o, dicho de otro modo, este no querer a la vez de necesitar quererlo, es una característica enquistada en mi forma de ser.

Es cierto que, a lo largo de mi camino, ha habido sitios “especiales”, en general, asociados a personas que han formado parte de mi intimidad. ¿Cómo no recordar las mañanas de domingo de mi infancia? Cuando la rutina consistía en ir a misa y después de bares. Obviamente, siempre a los mismos donde todo el mundo se conocía y todos parecían amigos de todos aun sin conocerse realmente.

Recuerdo con especial nitidez “El Cafetal” de Gran Capitán. El jukebox o tocadiscos donde seleccionábamos la canción que queríamos escuchar. Metías el duro o la moneda de cinco duros para seleccionar más de una canción y los acordes de Nino Bravo, Camilo Sexto, Los Pecos o Pablo Abraira, amenizaban las charlas atronadoras de la gente.  El corto de cerveza, el chato de vino, las croquetas de jamón, los boquerones en vinagre… Cuando no existían papeleras y se tiraba al suelo todo lo que no era comestible o bebible. El serrín que absorbía con avidez los líquidos distraídamente derramados por los clientes jocosos y ruidosos. El humo de los cigarros que aleteaba por el aire en un coito perfecto con los olores que escapaban de la cocina.

Luego crecí. Crecí de golpe y de repente. Y aquellas mañanas ligeras y sabrosas de mojigatos domingos dieron paso a los placeres de una incipiente adolescencia. Habíamos entrado de pleno en los maravillosos años 80. Cuando las litronas no estaban prohibidas. Cuando anidó la distinción entre bares de alterne y bares de marcha. Cuando los últimos disponían de pista de baile y la música era música y valía la pena bailarla o sencillamente escucharla con un tubo de cerveza bien fresquita y un plato de manises.

Recuerdo con especial cariño el “K-Tino” de Gran Vía, meta habitual a la salida de clase o los fines de semana. La música pop, el tecno, el funky, los pinchadiscos que nos hacían dar vueltas no solo en la pista de baile sino también en nuestra cabeza con su modo de vestir a lo Depeche Mode.

Fue una de las épocas doradas de mi vida. Y la más parecida a una de las series americanas anteriormente citadas. El bar era sinónimo de amistad, de complicidad, de diversión, de despreocupación, de confesiones, de esperanzas, de sentimiento de pertenencia a un grupo; algo que, para mí, nunca ha sido fácil mantener por mucho tiempo por ese impulso incontrolable que me obliga a cambiar, buscar, alterar, modificar, recomenzar, cortar, partir de cero, olvidar, resetear, reinventarme. Ayudada, sin duda, por mi continua necesidad de moverme, por mi imposibilidad de quedarme quieta a todos los niveles.

Vinieron muchos bares después. Unos con un billar en el centro. Otros con sus irresistibles patatas bravas. Sin olvidar los que llenaban las tardes de juegos de mesa (¡He olvidado cómo se juega al julepe!). Bares con besos apasionados, con tocamientos escandalosos o roces insinuantes. Otros con sabor a alcohol de garrafón. Bares de fiestas de pueblos ajenos. Bares con la esperanza de encontrármelo, de que me mire. Ninguno como el de Cheers porque lo que confiere singularidad a un bar, es el lazo que te une a la gente con la que lo compartes. Y es un lazo que no se puede improvisar. Si bien permanezca en el alma ese anhelo inalcanzable imposible de recuperar.

Quizás un día vea esas series. No es un mal plan para comenzar. ¿Y por qué no? Puede que incluso consiga encontrar mi sitio en algún bar.

Ibone Bueno Vicente- Salamanca, 19-12-23-M

Copenaghen (Danimarca)-dicembre'23