Nos quisimos tanto sin saber querer. A tientas y a tropezones.
Tú fingiendo frialdad cruel cuando tu corazón ardía por dentro cada vez que nos separábamos.
Yo maquinando venganzas que llegasen como dardos envenenados a tu alma para quebrarla de igual modo que tú despedazabas mi corazón con tus comentarios despiadados, sin comprender tus no-razones.
Nos quisimos sin control, sin orden ni concierto.
Con odio a veces. Con desesperación.
Tú escondiendo la inmensidad que sentías hacia mí tras palabras crueles y dolorosas que me llenaban de llagas supurantes.
Yo mintiéndote con cinismo mientras mi corazón sólo anhelaba el contacto efímero de tu corazón. Y mis labios el reposo dulce de tus labios tiernos.
Y cuando tú decías: “Ven”. Yo corría hacia ti inconsciente, dejando todo lo demás al margen.
Y cuando yo te reclamaba, te rendías ante mí plácidamente.
Sin embargo...
Me decías sin compasión que yo no entraba en tus parámetros, en una serie de números y cantidades, de lo que tú esperabas encontrar. ¿Por qué me buscaste entonces?, te preguntaba yo confundida... Me mirabas con esos ojos que desprendían una luz imposible de no adorar.
No obstante, me querías sin querer quererme. Enfadado contigo, conmigo, por tu incapacidad para controlar tus sentimientos, por mi insistencia para que no les cortases las alas y poder así volar juntos sin límites de tiempo.
Y mientras refunfuñabas, cocinabas para mí con un cariño infinito. Me mimabas, me hacías sentir todo tu amor para de golpe recordarme que esperabas otra cosa y yo era un estorbo para encontrarla.
¿Cómo olvidar aquella vez, en aquel hotel en que por fin me abriste tu corazón de par en par para confesarme el dolor inútil que habías sufrido por mí? Tus ataques de celos que me torturaban.
Sé que sabías cuánto te quería y cuánto perdías dejándome ir. Aun así...
Aquel día, cuando te di aquel beso antes de bajar de tu coche mientras el semáforo estaba en rojo, supe que era el final de todos mis sueños. Lo leí en tus ojos. Tú te habías rendido. No querías luchar. Tenías otros planes. Y yo, caminé por la acera sin mirar atrás con desdén, sintiendo tu mirada sobre mí, consciente de lo mucho que te iba a extrañar y de que esta vez sería para siempre.
Después de algún intento por convencerte para que recapacitases, no quise volver a verte. Excepto en aquella ocasión fugaz por tu cumpleaños bastante tiempo después. Y lo cierto es me dejaste una sensación que no me agradó. No sabría explicar por qué. Por eso, durante casi un año y medio evité aceptar tus invitaciones para vernos cuando pasabas unos días en Salamanca. Es cierto que a menudo yo no estaba.
Sin embargo, tú, aniquilando tu 90% de orgullo y de cabezonería, has seguido insistiendo. Cada vez que venías, era una de las primeras personas con las que contactabas, me has confesado. A pesar de mis desdenes y de no buscarte nunca yo primero.
Me alegro de que no te dieras por vencido. Volverte a ver, pasear contigo, charlar, bromear, reírnos juntos... me ha recordado lo mucho que te quise pero sobre todo, el cariño que aún te tengo. Y lo sé porque se ve, aunque no me lo hubieras dicho, que por tu parte sientes lo mismo.
El amor no pudo ser porque no supimos querernos. ¡Pena el daño que nos hicimos!
Por suerte, la amistad sigue a salvo. No dejes de llamarme cuando vuelvas por aquí. Si estoy, estaré siempre para ti.
Ya sabes lo mucho que te quiero.
Salamanca, 28-30 julio 2020