Una vez me preguntaron: “¿Cómo está tu corazón?”
Y yo respondí que como todos los corazones. Una porción
llena de cicatrices y regenerada o en proceso de curación la otra parte.
“¿Y está listo para amar?”
¿Y quién puede saber cuándo un corazón lo está?
Yo soy una que ama con el cuerpo y con la mente. El
corazón por sí solo no sería suficiente. Puede que alguno de mis órganos esté
magullado pero mi mente está serena y despejada.
Sí, yo soy mucho más que un corazón capaz de latir por
alguien.
Soy un cerebro que necesita estímulos para sentir
atracción, para apasionarse y arriesgarse a volverse loco sin importarle.
Soy unos brazos deseosos de abrazar, unas manos que
ansían acariciar vorazmente y que se tienden a otras manos para caminar con el
mismo paso sin predeterminar la meta.
Soy un cuerpo dispuesto a recibir y a dar más allá de
convenciones. Unos labios que se deleitan con otros labios a los que besar y por
los que ambicionan ser besados. El mordisqueo placentero de una boca igual de
juguetona y difícil de saciar.
Soy unos ojos a la espera de reflejar una mirada
cómplice, el cariño que de otros ojos se desprende cuando la vida es propicia y
les asigna un punto común donde contemplar el horizonte.
Soy una mejilla sensible al roce ligero de unos dedos, al
toque delicado de otro rostro que se abandona y reposa en mi cuello sin miedos.
Mi cabeza apoyada en un pecho sin límites de espacio, sin noción alguna del tiempo
. Dejando paso a la paz de la unión sin barreras de dos cuerpos.
Por tanto, ¿crees que cuente realmente cómo está mi
corazón? ¿Qué importancia puede tener un
simple corazón en comparación con todo lo que en realidad yo soy? ¿Con cómo siento
y a través de dónde?
En todo caso, mi corazón es robusto. Y si queda alguna
herida, llaga, lesión o corte, son sólo muescas de duelos pasados. Todas las
partes de mí capaces de amar están enteras y sanas.
Ibone - 29 marzo 2020
Madrid-agosto 2019
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