Me quedo con tu piel de caramelo,
con la dulce sensación que dejaba en mi boca
cuando mis labios recorrían con avidez todo tu cuerpo.
Terciopelo entre mis dedos.
Me quedo con los besos de tu boca jugosa,
sabrosos y adictivos,
que degustaba con pasión, con la vocación
con que nunca saboreé los otros besos.
Cuando el tiempo parecía infinito.
Cuando tus besos se me antojaban eternos.
Me quedo con las risas que arrancabas
de mis momentos más íntimos, alocados.
Cuando reía de gusto como nunca antes había reído
(y con posterioridad tampoco...)
mientras me perdía en los reflejos remotos
de tu mirada maliciosa,
imán para mis ojos de ti hambrientos.
Me quedo con la forma que tenías de cuidarme,
cuando me cuidabas.
Cuando el drama que te consumía las entrañas
te lo permitía.
Cuidabas de mí con exquisita dedicación.
Y el paraíso circulaba por mis venas
con cada detalle que conmigo tenías.
Me enamorabas.
Me quedo con la paz de aquella playa
en cuyo mar me sentí, por fin, ligera tantas veces.
Mientras me dejaba mecer por las mareas
y un sol catártico penetraba en mi piel
aligerándola.
Eras el bastón de mi ceguera.
Me quedo con los proyectos que soñamos juntos
cuando el futuro parecía tan lejano
que se podía dibujar en nuestros sueños
mientras íbamos cogidos de la mano, risueños.
Con la ilusión de crear algo conjunto
y la sensación de poder superar
cualquier obstáculo.
Me quedo con todos esos momentos
vividos, compartidos, imaginados, desesperados...
Y a mismo tiempo renuncio a todos ellos,
deseosa como estoy de instantes nuevos.
Mas si hubiera de quedarme con alguno,
me quedaría con todos y con ninguno.
O tal vez tan sólo con mis recuerdos.
Ibone-Salamanca, 23 gennaio'22
Lisboa-janeiro 2020
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