Tenemos
la tendencia, por norma general, a recordar por encima de todo los aspectos
negativos cuando se trata de hacer recuento de situaciones vividas. Aunque, por
otro lado, intentamos mostrar un lado de felicidad y satisfacción que en muchas
ocasiones no es real. De todos modos, la gente suele ver lo que desea ver y no
lo que tiene de verdad delante.
Durante
el 2020 que acaba hoy, la sensación con la que más he convivido es la de
falsedad, mentira, traición, falta de rigor, chabacanería, injusticia, abuso y
sobre todo, desconfianza. Y no me refiero exclusivamente a los acontecimientos
que han inundado de tristeza y desesperación este año a nivel mundial, sino en
general a cuanto me rodea.
Cada
año, al dar las campanadas, pido para mis adentros un deseo. Este año quería
serenidad interior después de una vida de desasosiego conmigo misma. Y he de
reconocer que lo he conseguido. A pesar de toda la hipocresía que me rodea, de
todos los chascos que me he llevado con personas en las que creía y a las que
consideraba sinceras, no siento la agitación con la que he convivido en el
pasado. En ocasiones creo que me he “petrificado”.
Siento
dentro la paz, a pesar de la pandemia que está minando nuestro ánimo y
anientando nuestros derechos. Somos organismos vivos y como tal, sujetos a
enfermedades. Si bien, ha crecido enormemente mi escepticismo sobre la
inteligencia y humanidad de la especie humana. Y confieso que yo, que suelo ser
una alumna modelo, me he adaptado a lo que me circundaba no sin una gran rabia.
En
este año tan raro que está acabando, he sentido en muchas ocasiones unas ganas
inmensas de tirar la toalla en varios frentes. Sin embargo, mi afán de VIVIR se
ha llevado el gato al agua. Y lo he llevado a la práctica intentando hacer una
de las cosas que más amo en este mundo: viajar. Y lo cierto es que el covid-19
no me lo ha puesto fácil. En este sentido, he cumplido varios deseos que tenía
aparcados como visitar Ronda, irme dando un paseo a pie hasta Gibraltar, volver
a Brujas con mis dos amores, mi amada Italia, mi adorado Portugal...
He
conocido a personas que han hecho que mi 2020 fuese un año un poquito más
interesante. Y he estrechado lazos que me han rescaldado en parte el hielo del
corazón. Aunque lo cierto es que me he vuelto bastante más solitaria, incrédula
y fría.
Por
otro lado, el confinamiento me ayudó a frenar un ritmo de vida estresante que
estaba llegando al límite. He afianzado la convicción de que soy muy fuerte y mi fuerza y poder de
adaptación siguen sorprendiéndome.
He
comprendido con bastante dolor que la inteligencia es a menudo un hándicap
hacia la felicidad ya que sólo en un estado de inconsciencia o de estupidez, se
la puede alcanzar. Cuando intuyes, hilas, asocias, comprendes, el mundo se
vuelve un sitio hostil y la mentira una demostración clarísima de que te tratan
como si fueses tonta y tonta soy cuando decido serlo.
Hoy se
acaba un año en el que he perdido a un hermano sin poderlo despedir. En el que
he visto el sufrimiento de mi padre ante esa pérdida. En el que he derramado
muchas lágrimas, sobre todo de impotencia, de rabia, de incomprensión. En el
que lo que más he echado de menos es la congruencia, la coherencia, la libertad
de movimiento y la lealtad.
Pero
también ha sido un año rico de experiencias, donde mi forma de trabajar ha
cambiado radicalmente, en el que me he sentido mucho más unida a mis hijas.
Al
2021 le pediría sentido común, compromiso, sinceridad y estar a mi altura ya
que nunca pido nada que yo no esté dispuesta a dar. Pero todo esto no se lo
pido al 2021 que es sólo un modo arbitrario de distribuir el tiempo sino a
quienes van a formar parte de mi 2021 si realmente quieren formar parte de mi
vida. De todo lo demás, ya me encargo yo.
Y como
digo siempre desde hace años: ¡Espero que lo mejor del 2020 sea lo peor del
2021!
Salamanca,
31 de diciembre de 2020- Ibone
Milano - giugno 2016
Nessun commento:
Posta un commento
Commenti / Comentarios