Hoy concluye el año LIII d.I. (después de Ibone...)
Un año
que ha dado para mucho y para nada. 366 días en los que la nota predominante ha
sido un aumento progresivo de la desgana, de la falta de interés y de entusiasmo. Sin
renunciar a viajar siempre que las circunstancias me lo han permitido. Repleto
y plagado de estrés a nivel laboral. Triste con la pérdida de un ser querido al que ni siquiera pudimos despedir.
Hace
un año estaba pasando frío en Varsovia. Fue un cumpleaños raro ya que pasé casi
todo el día sola como si fuese una premonición de lo que el resto de mis 53
años me deparaba. Soledad pero sin sentirme sola.
Al
volver de Polonia, tomé una de las decisiones más difíciles y dolorosas de mi
vida aunque, por otra parte, el conseguir poner un punto final donde hasta
entonces sólo había podido poner puntos suspensivos, me dio una fuerza interior enorme que me ha ayudado sobremanera a lidiar con este año tan peculiar que he tenido.
No voy
a entrar en el tema coronavirus que está protagonizando el 2020 a nivel mundial
si bien es cierto que ha condicionado de manera decisiva gran parte de mis 53
años. Sobre todo por lo que se refiere a la parte sentimental y a mi modo de
vivir la vida en “cautividad”.
Ha sido un año lleno de desilusiones a nivel de relaciones personales, humanas. Me he sentido traicionada y engañada en varias ocasiones por personas en las que había depositado mi confianza. Lo cual ha generado aún más desconfianza y escepticismo en el género humano y me ha hecho poner a la defensiva, encerrándome en mí misma como hacía años que no me sucedía.
Desencanto podría
ser el resumen de mi año si no fuera porque la característica principal ha sido
mi gradual pérdida de interés, de entusiasmo, de pasión... Es cierto que todo
esto se iba fraguando ya desde un año y medio antes. He ido perdiendo
paulatinamente la voluntad, la sensibilidad, la capacidad de sentir en general,
de amar, la vocación en mi trabajo...
He llorado
muchísimo durante este año pero no han sido lágrimas de sufrimiento sino más
bien un llanto originado por la impotencia, por el cansancio, por la
fragmentación anímica a la que la situación de pandemia y la actitud incomprensible
de personas en las que creía me han abocado. Soy una persona que necesita analizarlo
y comprenderlo todo, preciso de claridad en todas las cosas y este año ha
estado regido por la incomprensión de lo que me estaba aconteciendo. Por el
oscurantismo y la falsedad gratuita en muchos casos.
Durante
este año, he tenido la suerte de conocer a varias personas que han entrado a
formar parte de mi vida. Una de ellas, alumna mía, maravillosa, encantadora y
una fiel lectora, me dijo una vez, después de leer mi blog, que parecía
imposible que la persona entusiasta, contagiosa de alegría y llena de
energía que veía en clase albergase dentro un malestar tan grande como el que
ponía de manifiesto en lo que escribía. Pues bien, así soy yo: paradoxal y llena
de contradicciones internas, vulnerable y dura como un diamante, sensible y fría.
Capaz de amar con locura y de odiar con idéntica intensidad.
Por otro
lado, me he dejado seducir por ciertos comportamientos y reacciones míos que
observaba como si realmente no me pertenecieran, como si se tratase de una
película a la que asistía como público pero de cuyo reparto no formaba parte. En
este sentido, no he perdido mi talento natural para sorprenderme a mí misma en
el bien y en el mal.
Durante estos 53 años, alguien que, en principio, se insinuó en mi vida con timidez y ligereza, ha ido ganando terreno hasta llegarme muy dentro, haciéndome enamorar. Hemos compartido mil locuras y actualmente es parte integrante de mi corazón junto con mis hijas y mi padre (y mis gatos también, por supuesto).
Me hubiese gustado pasar este
cumpleaños con todos ellos. Despertarme mañana con él a mi lado como llevábamos
planeando desde hacía meses. Sin embargo, las restricciones impuestas por esta
maldita pandemia que puso tantos kilómetros entre ambos, nos obligan a seguir
separados. Por mi parte, sólo físicamente ya que mi pensamiento y sobre todo,
mi sentimiento están a su lado.
En resumen, 366 días
de una vida intensa a pesar de las limitaciones. Pero como dice mi último
tatuaje: “Além...” , más allá, siempre más allá de límites, fronteras o ideas preconcebidas. Así soy yo y así me gusta vivir la vida.
Año
LIV d.I., prepárate porque voy a exprimirte al máximo. ¡Es una promesa!
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