A
veces hay que morir para seguir viviendo. O al menos matar alguna parte de ti,
de tus sentimientos, incluso de tu cerebro testarudo y zalamero, esa que te
hace quedar presa de pensamientos obsoletos.
A
veces hay que recortar con cuidado parcelas de recuerdo para aprender a sentir
sin sentir el miedo que provoca dejar tu alma al descubierto, a merced de la
voluntad ajena. De otro ser que podría destruir de nuevo tu fe y tu voluntad de
abrirte a horizontes emocionales nuevos. ¡Tan profundo es el hastio! ¡Tan escéptica
te has vuelto! Te han empujado a ello, es cierto.
A
veces vivir no es vida cuando la vida pesa, rebosante de sentimientos turbios,
de temores, de dudas y de desasosiegos. Y todo el fardo pesado que arrastras desde
el pasado, te sume en la más absoluta desconfianza. Como un petate repleto de
ropa sucia e inútil que hace duela la espalda a quien lo lleva, incapaz de dejarlo
tirado en el suelo por los posibles remordimientos, por pena.
¡Qué
vida dura sin la confianza en quien debería ser tu bastón, tu espejo! ¡Qué
desazón tan grande cuando quisieras fiarte de nuevo pero una voz dentro de ti
te dice “¡Aguarda! ¿Y si te hace añicos una vez más?”! Y tú, siempre rebelde,
reaccionaria a las órdenes, combatiente, ahora te debates contigo misma porque
crees que quizás sea bueno obedecer a tus recelos. Sin embargo... Te gusta participar
en la vida plenamente. Siempre lo hiciste sin importarte correr riesgos,
desafiándolos con desdén. ¿De qué vale
vivir si no puedes hacerlo a 360 grados?
A
veces hay que ser verdugo de tu memoria y desechar las sospechas que te generan
antiguos resentimientos. Liberar el disco duro de tu corazón para dejar espacio
y poder albegar sentimientos nuevos.
A veces
hay que lanzarse a la vida sin paracaídas y planear como un ave libre que se columpia
elegante en el cielo.
¡Vuelo!
30 aprile
2020 -Ibone Bueno Vicente
Una rosa andaluza de Chiclana (Cádiz)