Ayer ha sido la primera vez en mi vida que no me acompañaba nadie en mi visita turística, en este caso a mi adorada Oporto, ya que viajar sola lo he hecho infinidad de veces pero en el destino me esperaba siempre alguien para acompañarme en mi recorrido.
Este hecho insólito pero que también había programado a posta concienzudamente, me ha llevado a una serie de reflexiones que no han hecho más que confirmar algo que ya pensaba anteriormente: ¡No me gusta hacer las cosas sola! Y no porque necesite a alguien o me sienta perdida sin compañía (me pierdo fácilmente sola y acompañada... Y me encanta la verdad), sino porque viajar sola, en este caso pero es extensible a muchos otros frentes de la vida, resta un tanto por ciento muy grande al placer del viaje o al de disfrutar de cualquier otra actividad.
Yo soy un ser sociable, necesito comunicarme con los demás, me resulta muy fácil entablar conversación con desconocidos y hacer amigos sin problemas. De hecho, no soy capaz de pasar por los sitios sin hablar con la gente. Necesito el contacto físico. Me gusta escuchar y aprender de los demás. Amo las calles bulliciosas más que el silencio.
Ayer, mientras recorría Gaia con mi palo de selfie por bandera (por cierto, la soledad no sale rentable: otro palo de selfie consumido por el uso…), me daba cuenta de lo absurdo que era no poder compartir ese momento con alguien. Me faltaban el diálogo, las risas, el intercambio de ideas y de sensaciones que algo te produce cuando lo miras. Porque cuando las cosas se hacen con más gente, cada uno tiene su punto de vista y te hace notar detalles que seguramente para ti hubiesen pasado desapercibidos porque cada cual ve la vida desde su propia perspectiva que nunca es idéntica a la del que tiene delante o detrás. Y para mí, lo bonito es compartir esos matices, poder exteriorizarlos, descubrir lo que yo no hubiera notado por mí misma.
¡Claro que puedo estar sola! Es más, he pasado casi la mitad de mi vida viviendo sola, comiendo sola, yendo al cine sola, durmiendo sola… Y es por eso por lo que me niego a estar sola. Lo cual no significa que me sirva la compañía de cualquiera, obvio. A menudo, el problema principal es encontrar a la persona adecuada para tu viaje por la vida.
Por todo esto, cuando oigo eso de que “Tienes que aprender a estar sola”, me dan ganas de decir: “A ver, ¿y se puede saber por qué y para qué y dónde está escrito?”. ¡Por supuesto que sé/puedo estar sola! Pero es que no me da la realísima gana.
Estoy convencida de que en esta sociedad en la que nos movemos, el concepto de “soledad” (a menudo confundido con “egocentrismo”), está sobrevalorado. Vivir con uno mismo no sólo no significa vivir solo sino todo lo contrario. Yo paso horas y horas conmigo misma (demasiadas, la verdad) incluso rodeada de gente.
En resumen, analizando la situación desde un punto de vista subjetivo (que es el único que concibo en este caso), sólo me queda añadir que ¡Me cago en la soledad! ¡Toda vuestra! Yo prefiero compartir/enriquecer mi tiempo con quien valga la pena. ¡Amén!
9 luglio'17
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