BUSCANDO LA FELICIDAD
Había una vez
una mujer anciana a la que toda la gente del lugar consideraba una persona
inteligente, sensata y sabia.
Tenía tres
hijas llamadas Melancolía, Esperanza y Ahora, tan distintas entre sí como la
vida misma.
Una mañana de
un gris septiembre, la anciana las convocó entorno a su lecho de muerte:
"Queridas hijas, sabéis lo feliz que he sido en mi vida aunque, como es
natural, no siempre. Vosotras sois muy jóvenes por lo que he decidido donar
toda mi herencia a aquella que consiga acercarse en la mayor medida a la
felicidad. Buscadla, pretendedla, cortejadla, cultivadla, perseguidla con tesón
como os dicten vuestros corazones pero sin darle la espalda a la
sensatez".
Dicho esto,
expiró con una expresión serena en su rostro.
Cuando se les
agotaron las lágrimas por el dolor de la pérdida, se sentaron las tres hermanas
alrededor de la mesa de la cocina.
Melancolía, la
mayor, comunicó con orgullo a las demás: "Mañana partiré en busca de la
felicidad que ya he vivido". Y comenzó a preparar su maleta de recuerdos.
Esperanza las
miró altanera y sentenció: "Yo iré a buscarla en los momentos felices que
han de llegar". Y se puso manos a la obra llenando su maleta de sueños y
proyectos.
Ahora, la más
pequeña, las miró con su habitual humildad: "Yo, hermanas queridas, me
quedaré aquí y en este momento, viviendo el día a día. Así no dejaremos la casa
a merced de malhechores".
Sus hermanas la
miraron con sarcasmo y le reprocharon con altivez: "¡Qué simplona que
eres, Ahora! ¡Hasta tu nombre es insulso y carente de interés! No como los
nuestros: evocadores, oníricos, inspiradores... ¡Perfectos! ¡Quédate aquí y
"Ahora"!"- se mofaron sin dejar de reír a carcajadas. - "¡Así
no supondrás ninguna competencia!".
A la mañana
siguiente, emprendieron sus viajes ilusionadas.
La más
madrugadora fue Melancolía que, mientras tiraba de su maleta con ruedas,
pensaba con una mirada anidada en la nostalgia: "Allá donde fui feliz,
volveré a serlo. ¡Allí está mi felicidad! Donde crecí, donde jugué, donde amé,
donde reí, donde poseí, donde me sentí alguna vez viva".
Caminó sin
descanso, noche y día, dirigiendo sus pasos hacia el pasado añorado.
Creyó que
estaba cerca de lograrlo cuando se topó con una valla que no permitía el paso.
Un cartel viejo y descolorido anunciaba perentorio: "Carretera sin salida.
Disculpen las molestias. Final de trayecto".
No podía creer
lo que veían sus ojos, los cuales, en ese preciso instante, se llenaron de
nada. Fue entonces cuando recordó las palabras que su madre le solía repetir
cuando era pequeña: "Mi querida niña, mi Melancolía, el pasado solo se
puede rozar en los fragmentos perdidos. Y el gozo que produce es efímero en
comparación al vacío que deja en quien se obstina en aletargarse en su
regazo."
La depresión
por lo que había sido y se fue y ya nunca sería, se apoderó de su mente
ennegreciendo sus pensamientos hasta desangrar por completo su optimismo
inicial.
Quedó
prisionera del ayer, en un mundo que ya no existía. Consumiéndose poco a poco
con recuerdos cada vez más borrosos y tristes hasta convertirse en un cuerpo
momificado, sin vida.
A Esperanza no
le gustaba madrugar. Tendente a procrastinar, se levantó con calma y con su
característica mirada de ensoñación, se puso en marcha.
Empujando su
maleta con ruedas, en dirección al futuro, se decía a sí misma: "Conoceré
al amor de mi vida, viajaré por todo el mundo, disfrutaré a más no poder, aprenderé
muchas lenguas, tendré una casa enorme con un jardín, ganaré mucho dinero,
compraré, haré, seré, tendré, llegaré, iré... y volveré feliz a por mi
herencia".
Ensimismada en
sus infinitos proyectos, caminó y caminó y caminó hasta tropezar con una valla
infranqueable. Sorprendida, se paró en seco sin entender qué sucedía.
Alcanzó a ver
un cartel de neón parpadeante donde se leía: "Carretera en construcción.
Disculpen las molestias. Final de trayecto".
No podía creer
lo que veían sus ojos, los cuales, en ese preciso instante, se llenaron de
nada. Fue entonces cuando recordó las palabras que su madre le solía repetir
cuando era pequeña: "Mi querida niña, mi Esperanza, los proyectos de
futuro son bellos y ayudan muchas veces a seguir con ilusión y a perseguir
nuestras metas. Pero no son, porque aún no existen. El futuro solo se puede
rozar en los sueños de un avenir ideal. Y el gozo que proporcionan es efímero
comparado con la frustración que generan en quienes solamente se atreven a
soñar".
La ansiedad por
lo que hubiera querido que fuera pero nunca sería, se amarró a su pecho
dificultándole la respiración e impidiendo que el aire penetrara en sus
pulmones. Los músculos agarrotados no obedecieron y su mirada se congeló hasta
convertirse toda ella en un holograma, un avatar sin vida.
Ahora se
levantó como cada día. Sin pretensiones inalcanzables. Sin recuerdos
paralizantes.
El otoño se
insinuaba por medio de un viento tibio y delicado.
Ahora cogió su
cesta de mimbre y se sintió feliz adentrándose en el otoño mientras recogía
setas en el bosque. Observando cómo las hojas de los árboles se teñían de oro
para rendirse después dejándose caer mecidas por el viento, en un vuelo
acrobático y ligero.
Y fue feliz
chapoteando en los charcos con sus katiuskas amarillas en los días de lluvia.
Asando castañas en el fuego.
Abrazó la
felicidad con cada copo de nieve que besaba sus mejillas durante el frío
invierno. Contemplando boquiabierta las luces que anunciaban la llegada de la
Navidad a la ciudad. Acercando sus manos congeladas al calor de la leña que
ardía en su chimenea. Consumiendo a sorbitos un humeante caldo de pollo que le
calentaba el alma.
Su sonrisa
floreció con las primeras amapolas silvestres, que crecieron anárquicamente en
un campo cercano con la llegada de la primavera.
Regaba cada día
sus plantas que, agradecidas, la premiaban con flores de colores alegres y con
perfumes intensos que la llenaban de dicha.
¡Hum! ¡Y qué
suculentas las cerezas del Jerte! ¡Y los fresones de Huelva!
¡Achís! ¡Salud!
Caminó día a
día de la mano del verano dejándose invadir por cada rayo de sol.
Saboreando con
calma granizados, gazpachos y helados con gesto goloso.
Atravesó cada
estación mirando a la cara el presente, buceando en cada segundo de vida, sin
tratar de inmortalizarlo. Sabiendo que el ahora es ahora. Y cuando se va, se ha
ido. ¡Mejor que se vaya bien exprimido!
Y recordó con
cariño las palabras que solía repetirle su madre: "Mi querida niña, mi
Ahora, haz un ramillete de recuerdos, no renuncies a tus sueños. Pero, ante
todo, nunca olvides que LA VIDA dura el tiempo que transcurre entre los unos y
los otros".
Y comprendió
que las enseñanzas de su madre y hasta aquel nombre que le había dado al nacer,
eran su mejor herencia.
¿Qué pone en
ese cartel? "Carretera sin final. Se ruega no obstruir el paso.
Gracias".
Tren a Madrid-28-10-23-S- Ibone Bueno Vicente (Cuarto trabajo del taller de escritura)
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