Somos dos luces centelleantes
en una noche oscura, fría,
austera.
Dos farolillos vagantes
que se buscan con tesón, desafiantes,
para arder en el fuego de una
misma hoguera.
Tú, mi candil iluminante,
Me recubres con el calor de tu
cuerpo
y con él deshaces esta
escarcha infinita
que me hiela.
Yo, tu estrella del Norte,
te envuelvo en el cálido
abrazo
de mi corazón resistente a la
tormenta.
Temerario a veces.
Siempre apasionado.
Te guío entre las sombras para
que no te me extravíes
y así logres encontrar el
camino
que hasta mí te lleva.
Yo, tu faro en la niebla densa.
Tú, la mano segura, fuerte,
intrépida
que me tiene bien sujeta en
las tinieblas.
Y en tu corazón álgido, de
amor carente,
nace una rosa de un rojo
intenso.
Como un oasis en medio del
desierto.
Me la ofreces con tu mirada
encantadora
y mi corazón eternamente desconfiado
se sonroja, la acepta.
La cuida, la mima.
La protege como si se tratara
de tu persona.
Luces somos tú y yo que
brillan al unísono
en medio de una noche
solitaria,
desolada.
Finalmente derrotada entre los
dos.
Perecedera.
Y al abrir la ventana,
la claridad de un sol radiante
acaricia nuestras almas enredadas.
Luces en la luz de la
alborada.
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