Estuvieron tanto tiempo sin poder volar que,
cuando
les devolvieron la libertad,
no sabían
ya para qué sirven las alas.
Y se
limitaron a revolotear tímidamente
sin osar
alzar el vuelo más allá de los barrotes de su jaula.
Tuvieron
durante tanto tiempo los ojos tapados que,
cuando
les retitaron las vendas,
la luz
del sol les impedía enfocar, vislumbrar, contemplar.
Y ciegos
quedaron
sin ganas
de intentar ver más allá de su ceguera.
Permanecieron
en silencio tanto tiempo que,
olvidaron
cómo se articulan las palabras.
Y que el
habla sin hablar
es como
un jardín sin plantas.
Y silencio
no siempre es sinónimo de serenidad.
Así
que... mudos continuaron
con la boca covenientemente cerrada
hasta que no tuvieron ya nada que decir.
Tanto fue
el tiempo de inmovilidad a la que fueron sometidos
que
olvidaron que para caminar,
es
preciso mover las piernas anquilosadas.
E
inválidos se sintieron aun pudiendo correr,
anclados en
un sitio fijo del que ni pretendían huir.
Pasaron
tanto tiempo con la camisa de fuerza
para
protegerlos de sí mismos que,
cuando
aflojaron las cintas,
devolviéndoles, en parte, su libre arbitrio,
los brazos
colgaron inermes,
ignorantes
de para qué servía el movimiento.
Como
muebles,
quietos,
quietitos, muy quietos.
Se
acostumbraron a vivir en los lìmites y en las barreras,
en las
prohibiciones impuestas,
de modo
que, cuando los abatieron,
se olvidaron de que hay que ir siempre más allá
de las
reglas injustas e incongruentes
que se
izaban como bandera.
Y
aprendieron, eso sí,
a sobrevivir
en la mediocridad y en la miseria mental
disfrazándola de bienestar y de falsa libertad.
¡Qué
pena!
IBONE
BUENO VICENTE
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